miércoles, 16 de noviembre de 2011

Insoportable

Cada día me es más insoportable verles la cara, esas expresiones constantes de una alegría efímera. Nunca tienen algo que decir aunque no dejan de hablar. Siempre las mismas preguntas y respuestas, mecánicas.

Hoy no quiero. . . simplemente ¡no puedo más! La imagen de mi esposa, de mis hijos, siempre recibiéndome con cariño. . . atosigándome con atención que no deseo ¿Qué no se dan cuenta en verdad? No es el estrés del trabajo por lo que estoy serio, no es el cansancio. No, claro que no, es solo que estoy harto de verlos, de tener que convivir con ustedes ¿Qué no se dan cuenta? ¡¿Cómo pueden ser tan idiotas?!. . .

Solo quiero tirarme en el sillón y que a nadie le importe como estuvo otro día mierda en mi vida mierda. No pensar en nada. Créanme que en verdad  no me interesa enterarme de la vida de la vecina, o de cualquier aventura que haya podido pasar en una escuela. Todo eso me distrae yo solo quiero ser ignorado e ignorar a todos. Descansar.

Matarlos. Esa sería la solución, así me dejarían en paz para siempre. . . jaja. No, jamás tendré el valor de matarlos, no soy esa clase de persona, soy incapaz de ir contra las normas.

Huir sería más simple, pero eso es desperdiciar muchos años de esfuerzo. Además, no podría vivir sabiendo que me odian. No puedo tolerar la idea de que los demás me desprecien, me complace demasiado que la gente me recuerde con nostalgia, que me extrañe de alguna forma. Esa es la única forma que tengo de trascender. Que mediocre.

De nuevo este camino interminable, lo he recorrido una y otra vez. Un círculo, ¡un puto círculo! Siempre estas casas iguales, siempre estos autos iguales, siempre mi auto. ¡Estoy harto de todo!. . .

-Bueno. . . si soy yo, ¿Qué pasa?. . . ¿Cómo que mi esposo ha sufrido un accidente?. . .

domingo, 23 de octubre de 2011

...

¿Por qué la vida siempre tiene que transcurrir pensando hacia el futuro? La mejor parte de nuestra vida la desperdiciamos preparándonos para recibir a la decadencia. Tenemos tan impuesta la forma de vivir, lo único que podemos hacer es seguir alimentando a la sociedad, esta es la única forma de vivir, pero ¿Por qué debe importarme la sociedad? Esta me fue impuesta, al igual que la moral. ¿Porque he de estar conforme con todo esto?

Qué gran negocio ha hecho la humanidad para garantizar su supervivencia.

¿Cómo es posible que el individuo siempre busque una identidad propia, si es imposible alcanzarla? La búsqueda de la originalidad nos da la ilusión de poder elegir nuestra vida, nos hace creer que en verdad hay razón para vivir, más allá que la supervivencia de la especie.

Ahora sé que la capacidad de razonar tiene como precio el ser un animal sociable. Es aquí donde el instinto de supervivencia se impone de nuevo. La razón nos lleva a la conclusión de que se necesita cooperar para sobresalir como especie. Que limitante para el individuo, siempre estar bajo la mirada de sus semejantes, estando en un juicio continuo de comportamiento. La sociedad ha tenido todo el tiempo del mundo para crearnos la ilusión de libertad, ese es el propósito de su evolución. Nos es inculcado en la moral las normas para proteger y buscar el desarrollo de la esta. Funcionamos como protectores, policías de la sociedad eliminando a todo individuo que atente contra ella.

Pero no se puede obtener este comportamiento sin crear la ilusión de que obtendremos algo a cambio. Por eso se creó el capitalismo, este te recompensa según  tu nivel de esfuerzo o contribución a la sociedad. Pero su truco esta en hacerlo cuando ya le eres inútil para su propósito, cuando ya no puedes aportar y eres un decrepito anciano, cuando has gastado toda juventud y plenitud es ahí cuando el hombre se vuelve más libre, libertad que ya no sirve.

¡Maldito dios! no conforme con imponernos la vida, también nos ha impuesto el cómo vivirla. El instinto, ese es su poder. No podemos ir en contra de él. Deberíamos olvidarnos del instinto por un instante y dejarnos seducir por la muerte y su inconmensurable belleza.

viernes, 14 de octubre de 2011

vida

La vida es sinónimo de rutina. 

Que realidad tan desalentadora. No  importa la rutina que haga, no soy capaz de soportarla por largo tiempo, aunque la hubiese disfrutado al principio. Es simplemente como si todo tuviera una fecha de caducidad.

Quizás es cierto que la vida es curiosidad. Quizás es por eso que mi realidad sin importar cual sea me parece gris, aburrida. Es como si un tono se repitiese hasta el cansancio sin variar siquiera de ritmo, si eso es la vida, nada más que monotonía, solo eso. Me parece increíble que haya gente capaz de disfrutarla bajo el asfixiante peso de la rutina. Esta incapacidad de disfrutar la monotonía me limita.

Un día leí por ahí “el poder tener certidumbre es de las peores cosas que a alguien le puede pasar” y aunque sea verdad, eso no aplica en la realidad. La vida se basa en buscar la certidumbre. Por eso existen palabras como futuro en todos los idiomas, es por eso que los padres te mandan a la escuela o te enseñan algún oficio; por eso inventaron el matrimonio, para tener la certidumbre de no estar solo. 

Quizás es que no he encontrado lo que en verdad me complace. O quizás es la rutina de respirar la que me ha aburrido.

viernes, 1 de julio de 2011

Momentos

Nadie quiere ver demasiado la realidad. Simplemente es insoportable, tanta crudeza, cotidianidad, simplicidad, inutilidad, todo el rededor sin sentido, que si bien nos complace la mayor parte del tiempo, siempre deja ese sentimiento de vacío, de necesidad, eso que nos dice que algo falta.

Creo firmemente que en eso se basa el éxito del arte, su trabajo es intentar llenar ese hueco, sin conseguirlo ni una sola vez. Quizás sea algo imposible de llenar por lo material, es decir, nada perceptible por los sentidos puede siquiera ser foráneo de la realidad, simplemente es otra de sus incontables partes, que como toda unidad es inútil. Pero siendo honestos, no creo que los sentimientos sean capaces de llenar este vacío, porque siempre tienden a convertirse en rutina, en un mecanismo rítmico, y muchas veces, su duración es tanta y sin cambios que simplemente nos olvidamos de su existencia, solo sabemos que están ahí hasta que el ritmo cambia.

Nada puede llenar ese hueco, es simplemente imposible. La ventaja de muchos se basa en que ni siquiera lo notan, digamos que son inmunes a su existencia, o simplemente no tienen tiempo de prestarle atención.

Lo único que queda, son esos momentos perfectos, donde todo parece colaborar para llenarnos de una forma completa durante un segundo, momentos que solo la fantasía me ha dado.

sábado, 4 de junio de 2011

A una transeúnte

La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,

Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!



Charles Baudelaire (Traducción por Antonio Martinez Sarrión)

sábado, 28 de mayo de 2011

Tristemente son los mejores.

Es increible como un equipo puede ser tan superior, aunque a la mayoría les peresca una trivialdad, un tema sin importancia. Para algunas peronas, en las que me incluyo, es una forma de vida, es algo que me ha definido desde que tengo memoria, una pasión inagotable. Para algunos seran las mujeres, para otros los carros, pero para mi es el futbol.

La verdad es que lo que hace el Barcelona -muy a mi pesar-, es una forma de jugar sublime, un trato de balon nunca antes visto y que no tiene  par, y no lo habra por mucho tiempo.
Aqui no intento glorificar a un equipo, que aunque es el mejor, no me cae bien. Lo que intento hacer es declarar una completa frustración que me llena en este momento, al ver que no hay forma de vencer al Barcelona. La unica manera posible de vencerlos, es como planteo los juegos el Real Madrid. Que es un futbol que no comparto. Ahora solo queda intentar buscar una explicación de en que momento llegaron a desarrollar un fotbol pefecto.

Basta con ver la mirada de Sir Alex Ferguson al caer el gol de Messi, se sabia derrotado, incapaz de reaccionar. Superado ampliamente y sin los argumentos, ya no para revertir la situación, sino de menos ser capaces de competir de una mejor forma.

Competir contra el Barcelona, como conjunto, es jugar contra lo invatible. Pero sus jugadores, me parecen sobrevalorados, por el hecho de que estan hechos para jugar en el Barcelona, y no más. Estoy seguro de que, por si solos son incapaces de cargar con la responsbilidad de un equipo, y la gran mayoria no sobresalirian demasiado del resto, como los grandes jugadores de otros tiempos. Tiempos que no volverán y jugares que ya no habra (no me refiero ha esto con nostalgia), no por falta de calidad individual, simplemente por una evolución del juego, que lo hace meramente imposoble.

Con esto he expuesto lo que veo. Y ahora no queda más que seguir atacando al Barcelona y a sus seguidores con argumentos cada vez más debiles. Solo queda esta resignación obligada, y continuar repudiando al mejor equipo del mundo.

domingo, 22 de mayo de 2011

¿Que tanto sufrimos?

¿Qué tanto es lo que en realidad sufrimos? Todos  vamos por la vida, exaltando los malos ratos, exagerándolos y llevándolos al extremo de creer que son únicos y que nadie ha sufrido de la misma manera. Esto no es más que una forma de expresar nuestra vanidad, solo eso. De alguna forma, es lo que hacemos para salirnos de la rutina, para ponerle sentido a la vida, para justificarla de algún modo; con esto nos engañamos para seguir respirando y creyendo que vivimos por un objetivo, el ser felices. Dicho objetivo, no es más que una ilusión, basada en que a todos nos gusta llamar la atención (de una u otra forma), y que llama más la atención que el sufrimiento. Seamos sinceros, a todos nos gusta contemplar la “desgracia” ajena, para llamar la atención con algún comentario compasivo y lleno de empatía, o solo para saber que regodearlos al saber que nosotros hemos sido capaces de salir de un problema similar, o inclusive peor.
Pero esto me lleva a una pregunta inminente ¿Qué hacer cuando descubres que son pura falsedad esos problemas que te asaltan, o inclusive inventas? Con esto me refiero a que, en realidad solo estamos siendo guiados por la sociedad, siguiendo caminos ya andados, siendo una simple marioneta de todos (indirectamente, obviamente). Para probar este hecho, basta con pedir algún consejo a dos o tres personas, desconocidas entre sí, pero que nos darán una respuesta tan parecida, que parece que se pusieron de acuerdo. Pero que, usamos para resolver las grandiosas dificultades que se nos presentan, y seguiremos haciéndolo.
Quizás sea la única forma de vivir. Y aunque así fuese, el saberlo o mejor dicho el creerlo, me deja en un hastió tan grande, y una impotencia de saber que la rutina es infinita, y que a fin de cuentas, no somos capaces de controlar nuestra propia vida, solo minúsculas partes de ella sin importancia.

martes, 26 de abril de 2011

Frase

Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existe la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días.

Clarice Lispector.

Una Historia Mas


Tirip… tirip… tirip… Hacia la tonada del celular cuando desperté -no puedo creer que ya sean de nuevo las seis de la mañana- me senté en la cama dando un gran bostezo mientras buscaba con la mirada el celular.
Ya de pie, pongo un poco de música, algo de Jazz para empezar el día un poco más tranquilo, lo cual fue un intento fallido, dado que  mi cabeza no dejaba de pensar en el terrible hastío que le provocaba otro día de trabajo. Pero ahí estaba yo alistándome para ello.
Odio el transporte público, –pensaba, mientras subía por las escaleras del andén del metro – lo único bueno de este, es que siempre tienes tiempo de meditar, y es ahí donde te das cuenta de que la gran mayoría de la gente vive como rebaño, simplemente haciendo lo que les dicen que es correcto, sin ambición de siquiera ver si hay más posibilidades, y peor aún, sin intención de adquirir mayor conocimiento del que necesitan en su cotidianidad.
Me encontraba sumido en mis pensamientos cuando, una anciana con aspecto de indígena, de esas que usan reboso de muchos colores, una larga trenza en el pelo, que no se cómo diablos siempre están muy por debajo del promedio de estatura, y que andan por ahí descalzas, subió al metro a pedir limosna. Situación que siempre me molesta, llegando al punto, de querer lanzarme a golpes sobre dicha anciana. Lo cual hasta hoy he logrado contener. Pero esta visión de la anciana en el vagón del metro me hizo pensar que esa gente debería morir, no tienen razón de existir, ni siquiera son capases de sustentarse por sí mismas. Este pensamiento me llevo a la conclusión de que existe demasiada gente inservible en el mundo, que debería ser eliminada.
-Algún día los mataré a todos.- digo en voz baja.
 Mi cabeza estaba llena de ideas cuando había llegado a mi destino, una oficina en la Colonia del Valle, edificio gris y sin chiste que se eleva en la avenida, de homónimo nombre a la colonia. Entre en el edificio tome las escaleras por que los elevadores me molestan, igual que la gente huevona que los usa. Al llegar al tercer piso, ahí estaba mi escritorio, lleno de trabajo pendiente y tedioso, con una de esas computadoras de pantalla delga a la izquierda, y rodeado de gente miserable que debiera ser eliminada en su mayoría, la cual me llama compañero de trabajo. Al llegar no saludo a nadie, me dirijo a mi lugar de trabajo sin siquiera prestarle atención a lo que ocurre a mi alrededor. Solo me instalo en mi silla incomoda y gastada a continuar con esta rutina asquerosa.
-Hola Ernesto, ¿Qué tal tu fin de semana?-
Se oye una voz, al despegar la vista del monitor veo a Laura, una mujer que trabaja conmigo, que a pesar de ser tonta y optimista, siempre tiene un velo de tristeza e inconformidad en el rostro, que la hace no caerme del todo mal. Ella es delgada, con ojos pequeños y claros, de facciones finas y nariz pequeña, vestida con una blusa blanca, entallada; con minifalda no muy corta y unas zapatillas discretas, siempre va maquillada de una forma discreta; pero que resalta,  si se le presta atención; como diciendo que no ha perdido la esperanza de encontrar un hombre que la ame por el resto de su vida.
Normal –respondo secamente- y, ¿el tuyo?
Estuvo bien, he salido con mi familia a comer-contestó un poco desconcertada con mi respuesta.
No dijo más nada, se limito a seguir de largo como si adivinara mis ganas de estar solo, con mis pensamientos.
La hora de la comida siempre es una nueva oportunidad para observar la miserable vida de los sujetos que se pasean por las calles donde se encuentra mi trabajo. Intentando aparentar ser un modelo a seguir dentro de la sociedad, lo que me resulta sumamente repugnante.
Comí en el restaurante donde acostumbro hacerlo, que está siempre lleno de falsos burgueses, yo no como ahí por querer aparentar es solo que me gusta lo bueno, lo corriente me parece despreciable casi en su totalidad. Aquí en el restaurante una pareja de novios que está en la mesa contigua, conversa acerca de su fiesta de bodas, solo les interesa tener la aprobación de los invitados, quieren que la llamen la mejor fiesta de sus vidas. Lo dicen con tanta convicción e ilusión, que se podría creer que ese es su objetivo en la vida. Que patéticos.
Todo esto me hace imaginarme entrando a una de esas fiestas, para eliminar a todos.
De vuelta en mi trabajo me encuentro con mi jefe, aquel sujeto gordo, de piel blanca, con calvicie y de baja estatura, a quien le gusta atormentar a sus subordinados, valiéndose del pequeño poder de su posición; pero no es más que un ignorante, al cual las circunstancias, llenas de suerte, lo han llevado a esa posición.
Es de esas personas, que me sacan de quicio con su mera existencia, y su gran ego gigante injustificado que apenas y logro tolerar. Como me gustaría agarrarlo a golpes con un bate hasta destrozarle el cráneo.
-¡Ernesto!… ¡Ernesto! Me preguntaba ¿quisieras ir a tomar algo después del trabajo?- me dice Laura un poco apenada.
-¿A dónde?-
-Pues aquí a unas calles, hay un lugar donde se puede tomar algo y bailar. Se pone bueno-
-¿Bailar?-
-Bueno, si lo prefieres podemos ir a otro lado-
-Está bien. Vamos a donde dices. Te busco a las 6:00 pm. -

Ahora estoy aquí sentado sobre mi cama sin poder dormir. Y el cuerpo desnudo de Laura se encuentra dormido a mi lado.
¿Por qué nunca he de poder resistirme al placer carnal? Que sin buscarlo, se llega a presentar frente a mí, siéndome imposible rechazarlo. Siempre sucumbo al deseo humano, y aunque haya sabios que digan que las mujeres son nuestro paraíso  terrenal, refiriéndose al sexo como algo indispensable para el hombre. Yo más bien creo que el sexo es algo involuntario un mero instinto, tal como el instinto de supervivencia, algo tan cotidiano, tan sencillo de obtener, que es carente de valor. Pero que por alguna razón soy incapaz de rechazar cuando se encuentra frente a mí.
Me levanto despacio de la cama, sin hacer el menor ruido. Me sirvo un poco de leche, sin poder beberla. Mi cabeza se llena de rencor, contra aquella mujer sobre mi cama.
Parado en la ventana intento despejar mi mente,  y tomar un poco de aire fresco, intentando quitarme el inmenso calor que me rodea, un calor como ningún otro que haya conocido jamás, me sofoca, me desespera, y me nubla. Ahora parado aquí, junto a la ventana abierta, me invade el pensamiento de hacer lo que en verdad quiero, ese pensamiento que siempre he reprimido porque no es más que una fantasía. Pero persiste en su lucha por salir, por dominarme por completo, y sé, que no podre resistir por mucho tiempo más ¿Quizás es lo que debería hacer?... ¿Cómo puedo llamarme un ente pensante, si todo lo que hago lo hago por imposición?

Heme aquí, de nuevo en mi trabajo. Abrumado y corrompido. Es ahora que me doy cuenta que no sirve de nada pensar si se es un cobarde, he comprendido que soy una oveja más en este lugar. Solo otro ser que respira y sobrevive en este mundo de mierda.

jueves, 14 de abril de 2011

La Beatriz

En cenicientas tierras, sin verdor, calcinadas,
Como yo me quejase a la Naturaleza,
Y el puñal de mi mente, caminando al azar,
Fuese afilando lento sobre mi corazón,
Una gran nube oscura, de un temporal surgida,
Que albergaba una tropa de viciosos demonios,
Semejantes a enanos furiosos y crueles.
Se volvieron entonces fríamente a mirarme,
Y, como viandantes que se asombran de un loco,
Los escuché entre sí reír y cuchichear
Intercambiando señas y guiños expresivos:
-«Contemplemos a gusto a esta caricatura,
A esta sombra de Hamlet que su postura imita,
Los cabellos al viento, la indecisa mirada.
¿No es en verdad penoso ver a tal vividor,
A este pillo, a este vago, a este histrión perezoso,
Que, porque representa con arte su papel,
Pretende interesar, cantando sus pesares,
Al águila y al grillo, al arroyo y las flores,
E inclusive a nosotros, autores de esas rúbricas,
A voces nos recita sus públicas tiradas?»

Hubiera yo podido (alto como los montes
Es mi orgullo y domina a diablos y nublados)
Apartar simplemente mi soberana testa,
Si no hubiera atisbado entre la sucia tropa,
¡Y este crimen no hizo tambalearse al sol!
A la reina de mi alma de mirada sin par,
Que con ellos reía de mi sombría aflicción,
Haciéndoles, de paso, una obscena caricia.

Charles Baudelaire (traducción por Antonio Martínez Sarrión)

lunes, 11 de abril de 2011

Nada más que una reflexión personal

Hoy no hare más que una reflexión personal. Algo que acabo de notar, es que no soy la persona que creía que era, y es algo sumamente desconcertante, pero lo peor de todo es que soy más normal de lo que creía, lo cual es un duro golpe al ego,  puesto que ahora estoy más lejos de mi ideal de conducta.

Siempre he querido ser una persona racional, capaz de analizar las cosas, intentando ser objetivo, pero sin lograrlo en demasiadas ocasiones obviamente, empero, algunos días atrás he notado que tiendo a tener deseos e impulsos sumamente cotidianos y normales en esas cosas impuestas por la sociedad como lo correcto. Esto me resulta sumamente frustrante, ya que muchas de estas conductas en cierto aspecto me parecen repulsivas, además de  mediocres. Lo peor de todo, es que me he dado cuenta que forman parte de mi inconsciente y que jamás seré capaz de suprimirlas por completo.

¿Es acaso el raciocinio, incapaz de imponerse a una educación basa en la cotidianidad y en la opinión de la sociedad? Los padres nos moldean a su forma y a lo que creen correcto antes de nosotros tener una conciencia propia, que aunque útil, puede llegar a no satisfacernos, a esto hay que sumarle la genética de mamífero social que todos tenemos, la cual nos crea una necesidad de ser aceptados por el prójimo.

Me he quedado impotente ante esta verdad, ¿Cómo luchar contra el inconsciente que es imbatible? Ahora solo queda oponer una exhaustiva resistencia, y esperar que las circunstancias no me obliguen a hacer algo en lo que realmente no creo. 

jueves, 31 de marzo de 2011

Pura basura

No cabe duda de que las personas siempre se preocupan más por lo que la sociedad piensa de ellos, que, por su opinión sobre sí mismas, llegando a ignorar por completo ésta última. Es sencillo ver el por qué lo hacen, simplemente quieren ser aceptados y encajar en la sociedad, situación que me da lo mismo.

Pero hay algo en todo esto que no logro aceptar, y es el hecho de llegar a sentirse con la obligación de comunicar una falsa empatía y preocupación ante las desgracias de los demás, lo peor es que hay veces que lo dicen como si en verdad les quitara el sueño la suerte de los demás, solo porque la sociedad y la religión han puesto como ejemplo de lo que es correcto moralmente, a todos aquellos que antepongan las necesidades de los demás a las propias. Lo cual me causa un repudio, enojo, e intolerancia ante ésta conducta tan grande, que me dan ganas de ir y reclamar tanta hipocresía sin sentido, y más aun cuando los medios se dedican a vendernos este tipo de historias, como si en verdad me importaran, no las meten en todos sus malditos programas, así sean informativos, de entretenimiento, o en los malnacidos talk-shows.

Pero al fin de cuentas que puede hacer una opinión particular, una cultura social completamente establecida, solo queda resignarse y alejarse de los medios baratos.

Libros que leo sentado y libros que leo de pie.

Para distinguir los libros, hace tiempo que tengo una clasificación que responde a las emociones que me causan. Los divido en libros que leo sentado y libros que leo de pie. Los primeros pueden ser amenos, instructivos, bellos, ilustres, o simplemente necios y aburridos; pero, en todo caso, incapaces de arrancarnos de la actitud normal. En cambio los hay que, apenas comenzados, nos hacen levantar, como si de tierra sacasen una fuerza que nos empuja los talones y nos obliga a esforzarnos para subir. En estos no leemos: declamamos, alzamos el ademán y la figura, sufrimos una verdadera transfiguración. Ejemplos de este género son: la tragedia griega, Platón, la filosofía indostánica, los Evangelios, Dante, Espinosa, Kant, Schopenhauer, la música de Beethoven, y otros, si más modestos, no menos raros.
Al género aplacible de lo que se lee sin sobresalto pertenecen todos los demás, innumerable, donde hallamos enseñanza, deleite, gracia, pero no el palpitar de conciencia que nos levanta como si sintiésemos revelado un nuevo aspecto de la creación; un nuevo aspecto que nos incita a movernos para llegar a contemplarlo eterno.
Por lo demás, es un triste consuelo de la no adaptación a la vida. Pensar es la más intensa y fecunda función de la vida; pero bajar del pensamiento a la tarea dudosa de escribirlo mengua el orgullo y denota insuficiencia espiritual, denota desconfianza de que la idea no viva si no se le apunta; vanidad del autor y un poco de fraternal solicitud de caminante que, para beneficios de futuros viajeros, marca en el árido camino los puntos donde se ha encontrado el agua ideal, indispensable para proseguir la ruta. Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía.
Si se pudiese ser hondo y optimista, nunca se escribirían libros. Hombres llenos de energía, libres y fértiles, no se dedicarían a remedar con letra muerta el valor inefable, el remoce perenne de una vida que absorbería y cumpliría todos sus ímpetus y todos sus anhelos. Un libro noble siempre es fruto de desilusión y signo de protesta. El poeta no cambia sus visiones por sus versos y el héroe prefiere vivir pasiones y heroísmos, más bien que cantarlos, por más que pudiera hacerlo en tupidas y bravas páginas. Escriben, el que no puede obrar y el que no se satisface con la obra. Cada libro dice, expresamente o entre líneas: ¡nada es como debiera ser!
¡Ay del que toma la pluma y se pone a escribir, mientras afuera todo es potencial que atrae el humano impulso; cuando todo lo inconcluso reclama emoción que lo consume en pura y perfecta realidad!
Pero ¡ay también del que, consagrado a lo de fuera, ni reflexiona, ni se hastía, ni ambiciona todavía más! Éste, nomas, contemplativo, vive para lo exterior, y no renuncia y no muere; pero porque todavía no nace o no renace. Pues nacer no es sólo venir al mundo, en que juntas persisten y se suceden la vida y la muerte; nacer es proclamarse inconforme; nacer es arrancarse de la masa sombría de la especie, rebelarse contra el humanismo, quererse ir, levantarse con el arranque de los libros que se leen de pie, de los libros radicalmente insumisos.
Yo no sé a qué nacemos, cuando, con Buda o Jesús, renunciamos al mundo; pero si es indiscutible la nobleza de una renuncia que se anticipa al dictado fatal de la muerte y desafía la muerte; sí, es indiscutible que es necesario, después de conocer la vida, poder decirle: ¡basta! Sin ese renuncia y sin esa exigencia de algo mejor, parece que no nos vale la vida, parece que serán necesarias nuevas encarnaciones, para que intentamos otra vez exceder con el corazón todo lo humano, para alcanzar la estirpe de semidiós, del ángel, del bienaventurado.
Los buenos libros reprueban la vida, sin por ello transigir con el desaliento y la duda. Para comprenderlo, basta leerlos, y observar cómo juzgan los temperamentos sanos y fuertes. Porque el enfermo desea la salud, como el débil venera la fuerza y como el mediocre ambiciona la dicha, y los tres son optimistas. Pero el sano y alegre de corazón, el valeroso y audaz, se vuelve exigente y reclama de lo que aquí no se encuentra. Frente al sibarita que me brinda deleite y el profeta que me señala el valle de lágrimas, acaso vacilo, pero comprendo y respeto al que me dice: “es preciso” y me rio y desprecio, cuando paso a la vera del que exclama: “que bello”, “que bueno”.
Y es que la verdad sólo se expresa en tono profético, sólo se percibe en el ambiente trémulo de la catástrofe. Así habla en el verbo esquiliano, así se teje gloriosamente en el dialogo platónico, así estalla en la opulenta sinfonía moderna.
También Eurípides, uno de los libres y grandes que por aquí han pasado, comprendió lo humano con tal claridad, que, movido de compasión, se puso a escribir sus visiones, cuidando de repetir a cada instante el consejo sabio y sincero, para el que somos tan sordos: “Desconfía, no te engrías en tu goce. No te llames feliz hasta la hora de tu muerte; antes no sabes lo que el destino te reserva”. “Para qué quieres gloria, hermosura, poder… Mira la casa de Príamo; escucha los lamentos de Hécuba. ¡La fiel Andrómaca comparte el lecho del vencedor! ¡El pequeño hijo de Héctor acaba de perecer, y de toda la grey ilustre, queda, tan sólo la teoría de las troyanas esclavas, implorando en vano, mientras caminan al destierro! ¡Para que tienes hijos!”
Mas como la verdad causa terror y muchos se alarman de los corolarios que cualquier espíritu implacablemente sincero podría deducir de estos evangelios inmortales, los representantes del rebaño que no quiere morir, y que todavía, además, se encapricha en engendrar, los representantes del rebaño, los hombres inteligentes, con Aristóteles a la cabeza, nos inventan interpretaciones moderadas; como cuando nos dicen que la tragedia alivia porque la representación del dolor causa alegría, y que así el principio de la vida triunfa sobre sus negaciones. ¡Parecen temer que algún día los hombres comprendan, y por eso escriben los libros que nos vuelven a la calma y al buen sentido, los libros que nos engañan; los libros que leemos sentados porque nos apegan a la vida!

José Vasconcelos.

sábado, 26 de marzo de 2011

Espectador

Hoy quisiera poder caminar por el mundo
 y que nadie me reconociera,
ir a un lugar donde no sea recordado,
para que así pudiera
analizarlo y contemplarlo todo,
 especular sobre lo efímero de la existencia,
que muchos han sobrevalorado.

Hoy quisiera salir de la rutina de la vida,
Divagar, distraerme, despejarme.
La sencillez de ser un espectador
Que nada arriesga,
Ser el que observa,
quien se limita a juzgarlo todo.

Hoy quisiera ser ese
Al que todos ven pero,
Del que nadie nota su existencia.

jueves, 17 de marzo de 2011

Hablando sobre el sexo

Hace unos días, conversando con unos sujetos, sobre cualquier tontería a la que la plática nos llevara, salió al tema el sexo, algo típico a decir verdad, se me ocurrió hacer el simple comentario de que hay días que no tengo ganas de realizar el acto sexual, y en ese momento todos me voltearon a ver como si fuera un extraño entre sus filas, algún fenómeno recién salido del circo, o si hubiera hecho algún comentario sumamente ofensivo. Debo decir que no esperaba que les pasara lo mismo, e incluso no esperaba ser comprendido, pero lo que si me sorprendió fue el repudio que les genero la idea. Algunos comenzaron e justificar mi comportamiento de maneras sumamente estúpidas, atribuyéndolo a falta de madurez, o afirmaban que era porque alguna mujer no me inspiraba o le había encontrado algún defecto físico. Otros simplemente no fueron capaces de aceptar esta idea, dando como único escenario posible para esto, el ser un hombre maduro y llevar una eternidad casado con la misma mujer.

Esto me dejo pensando, ¿acaso es como una obligación social para el hombre joven tener siempre deseo sexual?, supongo que el origen de este comportamiento es la importancia que se le da al sexo, hasta al punto de llegar a concebirlo como lo mejor que hay en la vida, algo así como el placer supremo, el nirvana terrenal. Pero esto no es más que un pensamiento originado por puro instinto, ya que idealizan el sexo de una forma sumamente exagerada e infundada, ya que es algo tan común y tan sencillo de conseguir, y a esto hay que añadirle el hecho de que siempre es repetitivo y muchas veces mecánico, sin negar que es placentero, pero como tantas cosas que existen.

En una opinión personal, si eres una de esas personas que creen que el sexo es la más grande maravilla jamás descubierta, ERES UN IMBECIL incapaz de razonar mas allá de lo que el instinto te permite.

jueves, 10 de marzo de 2011

El Cobrador

En la puerta de la calle una dentadura enorme, debajo escrito Dr. Carvalho, Dentista. En la sala de espera vacía un cartel. Espere , el doctor está a un cliente. Esperé media hora, la muela rabiando, la puerta se abrio y apareció una mujer acompañada de un tipo grande de unos cuarenta años, con bata blanca.

Entré en el consultorio, me senté en el sillón, el dentista me sujetó al pescuezo una servilleta de papel. Abri la boca y dije que la muela de atras me dolia mucho. Miró con un espejito y preguntó cómo es que había dejado que mi bocaquedara en ese estado.

Como para partirse de risa. Tienen gracia estos tipos.

Voy a tener que arrancársela, dijo, le quedan pocos dientes, y si no hacemos un trabajo rápido, los va a perder todos, hasta éstos - y dio un golpecito sonoro en los de adelante. Una inyección de anestesía en la encía. Me mostró la muela en la punta del botador; la raíz está podrida, ¿ve?. Dijo sin interés. Son cuatrocientos cruceiros.

De risa. No tengo, dije.

¿Que no tienes que?

No tengo los cuatrocientos cruceiros. Fui caminando en dirección a la puerta. Me cerró el paso con el cuerpo. Será mejor que pagues, dijo. Era un hombre alto, manos grandes y fuertes muñecas de tanto arrancar muelas a los desgraciados. Mi pinta, un poco canija, envalentona a cierta gente. Odio a los dentistas, a los comerciantes, a los abogados, a los industriales, a los funcionarios, a los médicos, al los ejecutivos, a toda esa canalla. Tienen muchas que pagarme todos ellos. Abrí la camisa, saque el 38, y pregunte con tanta rabia, que una gotita de saliva salió disparada hacia su cara -¿qué tal si te meto esto en el culo?- Se quedó blanco, retrocedió. Apuntandole al pecho con el revólver empecé a aliviar mi corazón; arranque los cajones de los armarios, lo tiré todo por el suelo, la emprendí a puntapiés con los frasquitos, como si fueran balones; daban contra la pared y estallaban. Hacer añicos las escupideras y los los motores me costo más, hasta me hice daño en las manos y en los pies. el dentista me miraba. varias veces pareció a punto de saltar sobre mí, me hubiera gustado que lo hiciera, para pegarle un  tiro en aquel barrigón lleno de mierda. ¡No pago nada! ¡Ya me harté de pagar!, le grité. ¡Ahora soy yo quien cobra! le pegue un tiro en la rodilla. Tendria que haber matado a aquel hijo de puta.

La calle llena de gente. Digo, dentro de mi cabeza y a veces para afuera, ¡todos me las tienen que pagar! Me deben comida, coños, cobertores, zapatos, casa, coche, reloj, muelas; todo me lo deben. Un ciego pide limosna agitando una escudilla de aluminio con monedas. Le pego una patada en la escudilla, el tintineo de las monedas me irrita. Calle Marechal Floriano, armería, farmacia, banco, putas, fotógrafo. Light, vacuna, médico, Ducal, gente a montones. Por las mañanas no hay quien avance camino de la central, la multitud viene arrollando como una enorme oruga que ocupa toda la acera.
Me encabronan esos tipos que andan en Mercedes. La bocina del carro también me fastidia. Anoche fui a ver a un tipo que tenía una magnum con silenciador para vender en la cruzada, y cuando estaba atravesando la calle toco la bocina un sujeto que había ido a jugar tenis en alguno de esos clubs finolis de por allá. Yo iba distraído, pensando en la magnum, cuando sonó la bocina. Vi que el carro venía lentamente y me quede parado frente a él.
¿Qué pasa?, gritó.
Era de noche y no había nadie por allí. Él estaba vestido de blanco. Saqué el 38 y disparé contra el parabrisas, más para cascarle el vidrio que para darle a él. Arrancó a toda prisa, como para atropellarme o huir, o las dos cosas. Me eché a un lado pasó el coche, los neumáticos chirriando en el asfalto. Se paró un poco más allá. Me acerqué. El tipo estaba tumbado con la cabeza hacia atrás, lacara y el cuerpo estaban cubiertos de millares de astillas de cristal. Sangraba mucho, con una herida en el cuello, y llevaba ya el traje blanco todo manchado de rojo.
Volvió la cabeza, que estaba apoyada en el asiento, los ojos muy abiertos, negros, y el blanco entorno era azul lechoso, como una nuez de jabuticaba por dentro. Y porque el blanco de sus ojos era azulado le dije- oye, vas a morir, ¿quieres que te pegue el tiro de gracia?
No, no, dijo con esfuerzo, por favor.
En la ventana vi a un tipo observándome. Se escondió miré hacia allá. Debía haber llamado a la policía.
Salí caminando tranquilamente, volví a la cruzada, había sido una buena idea despedazar el parabrisas del Mercedes. Tendría que haberle pegado un tiro en el capot y otro en cada puerta, el hojalatero iba a agradecerlo.
El tío de la Mágnum ya había vuelto. A ver, los treinta perejiles. Ponlos aquí, en esta mano que no ha agarrado en su vida el tacho. Tenía la mano blanca, lisita, pero la mía estaba llena de cicatrices, tengo todo el cuerpo lleno de cicatrices, hasta el pito lo tengo lleno de cicatrices.
También quiero comprar una radio, le dije.
Mientras iba a buscar la radio, yo examiné a fondo mi Mágnum. Bien engrasadita, cargada. Con el silenciador puesto, parecía un cañón.
El perista volvió con una radio de pilas. Era japonesa, me dijo.
Dale, para que lo oiga.
Lo puso.
Más alto, le pedí.
Aumentó el volumen.
Puf. Creo que murió del primer tiro. Pero le aticé dos más sólo para oír puf, puf.
Me deben escuela, novia, tocadiscos, respeto, bocadillo de mortadela en la tasca de la calle Vieira Fazenda, helado, balón de fútbol.
Me quedo ante la televisión para aumentar mi odio. Cuando mi cólera va disminuyendo y pierdo las ganas de cobrar lo que me deben, me siento frente a la televisión y al poco tiempo me viene el odio. Me gustaría pegarle una torta al tipo ese que hace el anuncio del güisqui. Tan atildado tan bonito, tan sanforizado, abrazado a una rubia reluciente, y echa unos cubitos de hielo en el vaso y sonríe con todos los dientes, sus dientes, firmes y verdaderos, me gustaría atraparlo y rajarle la boca con una navaja, por los dos lados, hasta las orejas, y esos dientes tan blancos quedarían todos fuera, con una sonrisa de calavera encarnada. Ahora está ahí, sonriendo, y luego besa a la rubia en la boca. Se ve que tiene prisa el hombre.
Mi arsenal está casi completo: tengo la Mágnum con silenciador, un Colt cobra 38, dos navajas, una carabina 12, un Taurus 38, un puñal y un machete. Con el machete voy a cortarle a alguien la cabeza de un solo tajo. Lo vi en el cine, en uno de esos países asiáticos, aún en tiempo de los ingleses. El ritual consistía en cortar la cabeza a un animal, creo que un búfalo, de un solo tajo. Los oficiales ingleses presidían la ceremonia un poco incómodos, pero los decapitadores eran verdaderos artistas. Un golpe seco, y la cabeza del animal rodaba chorreando sangre.
En casa de una mujer que me atrapó en la calle Corona, dice que estudia de noche en una academia. Ya pasé por eso, mi escuela fue la más nocturna de todas las escuelas nocturnas del mundo, tan mala que ya ni existe. La derribaron. Hasta la calle donde estaba la han derribado. Me pregunta qué hago, y le digo que soy poeta, cosa que es rigurosamente cierta. Me pide que le recite un poema mío. Ahí va: A los ricos les gusta acostarse tarde / sólo porque saben que los currantes tienen que acostarse temprano para madrugar / Esa es otra oportunidad suya para mostrarse diferentes: / hacer el parásito, / despreciar a los que sudan para ganarse el pan / dormir hasta tarde, / tarde / un día / por fortuna / demasiado tarde, /
Me interrumpe preguntándome si me gusta el cine, ¿Y el poema? Ella no entiende. Sigo: sabia bailar la samba y enamorarse / y rodar por el suelo /sólo por poco tiempo. / Del sudor de su rostro nada se había construido. / Quería morir con ella, / pero eso fue otro día, / realmente otro día, / En el cine Iris, en la calle Carioca / El Fantasma de la Opera / Un tipo de negro, cartera negra, el rostro oculto, / en la mano un pañuelo blanco inmaculado, / metía mano a los espectadores; / en aquel tiempo, en Copacabana. / Otro / que ni apellido tenía, / se bebía los orines de los mingitorios de los cines / y su rostro era verde e inolvidable. / La Historia está hecha de gente muerta / y el futuro de gente que va a morir. / ¿Crees tú que sufre? / Ella es fuerte, aguantará. / Aguantaría también si fuera débil. / Ahora bien, tú, no sé. / Has fingido tanto tiempo, pegaste bofetadas y gritos, mentiste / Estas cansado, / has terminado / no sé qué es lo que te mantiene vivo. /
No entendía la poesía. Estaba sólo conmigo y quería fingir indiferencia, bostezaba desesperadamente. La eterna trapacería de las mujeres.
Me das miedo, acabó confesando.
Este pendejo no me debe nada, pensé, vive con estrechuras en su pisito, tiene los ojos hinchados de beber porquerías y de leer la vida de las niñas bien en la revista Vogue.
¿Quieres que te mate?, pregunté mientras bebíamos güisqui de garrafa.
Quiero que me revuelques en la cama, se rió ansiosa, dubitativa.
¿Acabar con ella? Nunca había estrangulado a nadie con mis propias manos. No queda bien, ni siquiera resulta dramático, estrangular a alguien; es como si fuera una pelea callejera. Pero, pese a todo, tenía hasta ganas de estrangular a alguien, pero no a una desgraciada como aquella. Para un don nadie basta quizá con un tiro en la nuca.
Lo he venido pensando últimamente. Se había quitado la ropa: pechos mustios y colgantes; los pezones, como pasas gigantescas que alguien hubiera pisoteado; los muslos, flácidos, con celulitis, gelatina estragada con pedazos de fruta podrida.
Estoy muerta de frío, dijo.
Me eché encima de ella. Me cogió por el cuello, su boca y la lengua en mi boca, una vagina chorreante, cálida y olorosa.
Jodimos.
Ahora se ha quedado dormida.
Soy justo.
Leo los periódicos. La muerte del perista de Cruzada ni viene en las noticias. El señoritingo del Mercedes con ropa de tenista murió en el Miguel Couto y los periódicos dicen que fue atacado por el bandido Boca Ancha. Es como para morirse de risa.
Hago un poema titulado Infancia o Nuevos Olores de Coño con U: Aquí estoy de nuevo / oyendo a los Beatles / en Radio Mundial / a las nueve de la noche / en un cuarto / que podría ser / y era / el de un santo mártir / No había pecado / y no sé por qué me condenaban / ¿por ser inocente o por estúpido? / De todos modos /el suelo seguía allí / para zambullirse. / Cuando no se tiene dinero / es conveniente tener músculos / y odio.
Leo los periódicos, para saber qué es lo que están comiendo, bebiendo, haciendo. Quiero vivir mucho para tener tiempo de matarlos a todos.
Desde la calle veo la fiesta en Vieira Souto, las mujeres con vestido de noche, los hombres de negro. Ando lentamente, de un lado a otro, por la calle; no quiero despertar sospechas y el machete lo llevo por dentro de la pernera, amarrado, no me deja andar bien. Parezco un lisiado, me siento como un lisiado. Un matrimonio de media edad pasa a mi lado y me mira con pena; también yo siento pena de mí, cojo, y me duele la pierna.
Desde la acera veo a los camareros sirviendo champán francés. A esa gente le gusta el champán francés, la ropa francesa, la lengua francesa.
Estaba allí desde las nueve, cuando pasé por delante, bien pertrechado de armas, entregado a la suerte y al azar, y la fiesta surgió ante mí.
Los aparcamientos que había ante la casa se ocuparon pronto todos, y los coches de los asistentes tuvieron que estacionarse en las oscuras calles laterales. Me interesó mucho uno, rojo, y en él, un hombre y una mujer, jóvenes y elegantes los dos. Fueron hasta el edificio sin cruzar palabra; él, ajustándose la pajarita, y ella, el vestido y el peinado. Se preparaban para una entrada triunfal, pero desde la acera veo que su llegada fue, como la de los otros, recibida con total desinterés. La gente se acicala en el peluquero, en la modista, en los salones de masaje, y sólo el espejo les presta, en las fiestas, la atención que esperan. Vi a la mujer con su vestido azul flotante y murmuré: te voy a prestar la atención que te mereces, por algo te pusiste tus mejores braguitas y has ido tantas veces a la modista y te has pasado tantas cremas por la piel y te has puesto un perfume tan caro.
Fueron los últimos en salir. No andaban con la misma firmeza y discutían irritados, con voz pastosa, confusa.
Llegué junto a ellos en el momento en que el hombre abría la puerta del coche. Yo venía cojeando y él apenas me lanzó una mirada distraída, a ver quién era, y descubrió sólo a un inofensivo inválido de poca monta.
Le apoyé la pistola en la espalda.
Haz lo que te diga o vais a morir los dos, dije.
Entrar con la pata rígida en el estrecho asiento de atrás no fue cosa fácil. Quedé medio tumbado, con la pistola apuntando a su cabeza. Le mandé que tirara hacia la Barra de Tijuca. Saqué el cuchillo de la pernera cuando me dijo llévate el dinero y el coche y déjanos aquí. Estábamos frente al Hotel Nacional. De risa. Él estaba ya sereno y quería tomarse el último güisqui mientras daba cuenta a la policía por teléfono. Hay gente que se cree que la vida es una fiesta. Seguimos por el Recreio dos Bandeirantes hasta llegar a una playa desierta. Saltamos. Dejé los faros encendidos.
Nosotros no le hemos hecho nada, dijo él.
¿Que no? De risa. Sentí el odio inundándome los oídos, las manos, la boca, todo mi cuerpo, un gusto de vinagre y de lágrimas.
Está en estado, dijo él señalando a la mujer, va a ser nuestro primer hijo.
Miré la barriga de aquella esbelta mujer y decidí ser misericordioso, y dije, puf, allá donde debía estar su ombligo y me cargué al feto. La mujer cayó de bruces. Le apoyé la pistola en la sien y dejé allí un agujero como la boca de una mina.
El hombre no decía ni palabra, la cartera del dinero en su mano tendida. Cogí la cartera y la tiré al aire y cuando iba cayendo le largué un taconazo, así, con la zurda, echándola lejos.
Le até las manos a la espalda con un cordel que llevaba. Después le amarré los pies.
Arrodíllate, le dije.
Se arrodilló.
Los faros iluminaban su cuerpo. Me arrodillé a su lado, le quité la pajarita, doble el cuello de la camisa, dejándole el pescuezo al aire.
Inclina la cabeza, ordené.
La inclinó. Levanté el machete, sujeto con las dos manos, vi las estrellas en el cielo, la noche inmensa, el firmamento infinito e hice caer el machete, estrella de acero, con toda mi fuerza, justo en medio del pescuezo.
La cabeza no cayó, y él intentó levantarse agitándose como una gallina atontada en manos de una cocinera incompetente. Le dí otro golpe, y otro más y otro, y la cabeza no rodaba por el suelo. Se había desmayado o había muerto con la condenada cabeza aquella sujeta al pescuezo. Empujé el cuerpo sobre el guardabarros del coche. El cuello quedó en buena posición. Me concentré como un atleta a punto de dar un salto mortal. Esta vez, mientras el cuchillo describía su corto recorrido mutilante zumbando, hendiendo el aire, yo sabía que iba a conseguir lo que quería. ¡Broc!, la cabeza saltó rodando por la arena. Alcé el alfanje y grité: ¡Salve al Cobrador! Di un tremendo grito que no era palabra alguna, sino un aullido prolongado y fuerte, para que todos los animales se estremecieran y se largaran de allí. Por donde yo paso, se derrite el asfalto.
Una caja negra bajo el brazo. Digo, trabada la lengua, que soy el fontanero y que voy al apartamento doscientos uno. Al portero le hace gracia mi lengua estropajosa y me manda subir. Empiezo por el último piso. Soy el fontanero (lengua normal ahora) vengo a arreglar eso. Por la abertura, dos ojos: nadie ha llamado al fontanero. Bajo al séptimo: lo mismo. Sólo tengo suerte en el primero.
La criada me abrió la puerta y gritó hacia dentro, es el fontanero. Salió una muchacha en camisón, con un frasquito de esmalte de uñas en la mano, guapilla, de unos veinticinco años.
Debe de ser un error, dijo, no necesitamos al fontanero.
Saqué la Cobra de dentro de la funda. Claro que lo necesitáis, y quietas o me cargo a las dos.
¿Hay alguien más en casa? El marido estaba trabajando, y el chiquillo, en la escuela. Agarré a la criadita, le tapé la boca con esparadrapo. Me llevé a la mujer al cuarto.
Desnúdate.
No me da la gana, dijo con la cabeza erguida.
Me lo deben todo, calcetines, cine, solomillos, me lo deben todo, coño, todo. Anda, rápido. Le dí un porrazo en la cabeza. Cayó en la cama, con una marca roja en la cara. No disparo. Le arranqué el camisón, las braguitas. No llevaba sostén. Le abrí las piernas. Coloqué las rodillas sobre sus muslos. Tenía una pelambrera basta y negra. Se quedó quieta, con los ojos cerrados. No fue fácil entrar en aquella selva oscura, la abertura era apretada y seca. Me incliné, abrí la vagina y escupí allá dentro, un gargajo gordo. Pero tampoco así fue fácil. Sentía la verga desollada. Empezó a gemir cuando se la hundí con toda mi fuerza hasta el fin. Mientras la metía y sacaba le iba pasando la lengua por los pechos, por la oreja, por el cuello, y le pasaba levemente el dedo por el culo, le acariciaba la barriguita. Empezó a quedárseme lubricada por los jugos de su vagina, ahora tibia y viscosa.
Como ya no me tenía miedo, o quizá porque lo tenía, se corrió antes que yo. Con lo que me iba saliendo aún, le dibujé un círculo alrededor del ombligo.
A ver si ahora no abrirás al fontanero cuando llame, le dije antes de marcharme.
Salgo de la buharda de la calle del Vizconde de Maranguape. Un agujero en cada muela lleno de cera del Dr. Lustosa / masticar con los dientes de delante / caray con la foto de la revista / libros robados. / Me voy a la playa.
Dos mujeres charlan en la arena; una está bronceada por el sol, lleva un pañuelo en la cabeza; la otra está muy blanca, debe ir poco a la playa; tienen las dos un cuerpo muy hermoso; la barriguita de la más pálida es la más hermosa que he visto en mi vida. Me siento cerca y me quedo mirándola. Se dan cuenta de mi interés y empiezan a menearse inquietas, a decir cosas con el cuerpo, a hacer movimientos tentadores, de trasero. En la playa todos somos iguales, nosotros los jodidos, y ellos. Y nosotros quedamos incluso mejor, porque no tenemos esos barrigones y el culazo blando de los parásitos. Me gusta la paliducha esa. Y ella parece interesada por mí, me mira de reojo. Se ríen, se ríen, enseñando los dientes. Se despiden, y la blanca se va andando hacia Ipanema, el agua mojando sus pies. Me acerco y voy andando junto a ella, sin saber qué decir.
Soy tímido, he llevado tantos estacazos en la vida, y el pelo de la chica se ve cuidado y fino, tiene el pecho altito, los senos pequeños, los muslos sólidos, torneados, musculosos, y el trasero formado por dos hemisferios consistentes.
Cuerpo de bailarina.
¿Estudias ballet?
Estudié, me dice. Me sonríe. ¿Cómo puede tener alguien una boca tan bonita? Me dan ganas de lamer su boca diente a diente. ¿Vives por aquí?, me pregunta. Si, miento. Ella me señala una casa en la playa, toda de mármol.
De vuelta a la calle del Vizconde de Maranguape. Voy matando el tiempo hasta el momento de ir a casa de la paliducha. Se llama Ana. Me gusta Ana. Me gusta Ana, palindrómico. Afilo el cuchillo en una piedra especial. Los periódicos dedicaron mucho espacio a la pareja que maté en la Barra. La chica era hija de uno de esos hijos de puta que se hacen ricos, en Segipe o Piauí, robando a los muertos de hambre, y luego se vienen a Rio, y los hijos de cara chata ya no tienen acento, se tiñen el pelo de rubio y dicen que descienden de holandeses.
Los cronistas de sociedad estaban consternados. Aquel par de señoritingos que me cargué estaban a punto de salir hacia París. Ya no hay seguridad en las calles, decían los titulares de un periódico. De risa. Tiré los calzoncillos al aire e intenté cortarlos de un tajo como hacía Saladito (con un lienzo de seda) en la película.
Ahora ya no hacen cimitarras como las de antes / Yo soy una hecatombe / No fue ni Dios ni el Diablo / quien me hizo un vengador / Fui yo mismo / Yo soy el Hombre-Pene / Soy el Cobrador.
Voy al cuarto donde doña Clotilde está acostada desde hace tres años. Doña Clotilde es la dueña de la buhardilla.
¿Quiere que le barra la habitación?, le pregunto.
No, hijo mío; sólo quería que me pusieras la inyección de trinevral antes de marcharte.
Pongo la jeringuilla a hervir, preparo la inyección. El culo de doña Clotilde está seco como una hoja vieja y arrugada de papel de arroz.
Vienes que ni caído del cielo, hijo mío. Ha sido Dios quien te ha enviado, dice.
Doña Clotilde no tiene nada, podría levantarse e ir de compras al supermercado. Su mal está en la cabeza. Y después de pasarse tres años acostada, sólo se levanta para hacer pipí y caquitas, que ni fuerzas debe tener.
El día menos pensado le pego un tiro en la nuca.
Cuando satisfago mi odio, me siento poseído por una sensación de victoria, de euforia, que me da ganas de bailar – doy pequeños aullidos, gruño sonidos inarticulados, más cerca de la música que de la poesía, y mis pies se deslizan por el suelo, mi cuerpo se mueve con un ritmo hecho de esguinces y de saltos, como un salvaje, o como un mono.
Quien quiera mandar en mí, puede quererlo, pero morirá. Tengo ganas de acabar con un figurón de esos que muestran en la tele su cara paternal de bellaco triunfador, con una de esas personas de sangre espesa a fuerza de caviares y champán. Come caviar / tu hora va a llegar./ Me deben una mocita de veinte años, llena de dientes y perfume. ¿La de la casa de mármol? Entro y me está esperando, sentada en la sala, quieta, inmóvil, el pelo muy negro, la cara blanca, parece una fotografía.
Bueno, vamonos, le digo. Me pregunta si traigo coche. Le digo que no tengo coche. Ella sí tiene. Bajamos por el ascensor de servicio y salimos en el garaje, entramos en un Puma descapotable.
Al cabo de un rato le pregunto si puedo conducir y cambiamos de sitio. ¿Te parece a Petrópolis?, pregunto. Subimos a la sierra sin decir palabra, ella mirándome. Cuando llegamos a Petrópolis me pide que pare en un restaurante. Le digo que no tengo ni dinero ni hambre, pero ella tiene las dos cosas, come vorazmente, como si temiera que el cualquier momento viniesen a retirarle el plato. En la mesa de al lado, un grupo de muchachos bebiendo y hablando a gritos, jóvenes ejecutivos que suben el viernes y que beben antes de encontrarse con madame toda acicalada para jugar a cartas o para cotillear mientras van catando quesos y vinos. Odio a los ejecutivos. Acaba de comer y dice, ¿qué hacemos ahora? Pues ahora nos volvemos, le digo, y bajamos sierra abajo, yo conduciendo como un rayo, ella mirándome. Mi vida no tiene sentido, hasta a veces he pensado en suicidarme, dice. Paro en la calle del Vizconde de Maranguape. ¿Vives aquí? Salgo sin decir nada. Ella viene detrás: ¿cuándo te volveré a ver? Entro, y mientras subo las escaleras oigo el ruido del coche que se pone en marcha.
Top Executive Club. Usted merece el mejor relax, hecho de cariño y comprensión. Masajistas expertas. Elegancia y distinción.
Anoto la dirección y me encamino a un local, una casa, en Ipanema. Espero a que él salga, vestido de gris ceniza, cuello duro, cartera negra, zapatos brillantes, pelo planchado. Saco un papel del bolsillo, como alguien que anda en busca de una dirección, y voy siguiéndole hasta el coche. Estos cabrones siempre cierran el coche con llave, saben que el mundo está lleno de ladrones, también ellos lo son, pero nadie los agarra. Mientras abre el coche le meto el revolver en la barriga . Dos hombres, uno ante el otro, hablando, no llama la atención. Meter el revolver en la espalda asusta más, pero eso sólo debe hacerse en lugares desiertos.
Estate quieto o te lleno de plomo esa barrigota ejecutiva.
Tiene el aire petulante y al mismo tiempo ordinario del ambicioso ascendente inmigrado del interior, deslumbrado por las crónicas de sociedad, elector, inversor, católico, cursillista, patriota, mayordomista y bocalibrista, los hijos estudiando en la Universidad, la mujer dedicada a la decoración de interiores y socia de una boutique.
A ver, ejecutivo, ¿qué te hizo la masajista? ¿Te hizo una paja o te la chupó?
Bueno, usted es un hombre y sabe de estas cosas, dijo. Palabras de ejecutivo con chofer de taxi o ascensorista. Desde Bazucada a la Dictadura, cree que se ha enfrentado ya con todas las situaciones de crisis.
Qué hombre ni qué niño muero, digo suavemente, soy el Cobrador.
¡Soy el Cobrador!, grito.
Empieza a ponerse del color del traje. Piensa que estoy loco y aún no se ha enfrentado con ningún loco en su maldito despacho con aire acondicionado.
Vamos a tu casa, le digo.
No vivo aquí, en Rio, vivo en Sao Paulo, dice.
Ha perdido el valor, pero no las mañas. ¿Y el coche?, le pregunto., ¿El coche? ¿Qué coche? ¿Ese con matrícula de Rio? Tengo mujer y tres hijos, intenta cambiar de conversación. ¿Qué es esto? ¿Una disculpa, una contraseña, habeas corpus, salvoconducto? Le mando parar el coche. Puf, puf, puf, un tiro por cada hijo en el pecho. El de la mujer, en la cabeza. Puf.
Para olvidar a la chica de la casa de mármol, voy a jugar al fútbol a un descampado. Tres horas seguidas, tengo las piernas hechas un cristo de los`patadones que me llevé, el dedo gordo del pie izquierdo hinchado, tal vez roto. Me siento, sudoroso, a un lado del campo, junto a un mulato que lee O Dia. Los titulares me interesan, le pido el periódico, el tío me dice ¿por qué no compras uno, si quieres leerlo? No me enfado. El tipo tiene pocos dientes, dos o tres retorcidos y oscuros. Digo, bueno, no vamos a pelearnos por eso. Compro dos bocadillos calientes de salchichas y dos coca-colas, le doy la mitad y entonces me deja el periódico. Los titulares dicen: La policía anda a la busca del loco de la Mágnum. Le devuelvo el periódico, el no lo acepta, sonríe para mí mientras mastica con los dientes de delante, o mejor, con las encías de delante, que de tanto usarlas, las tiene afiladas como navajas. Noticias del diario: Un grupo de peces gordos de la zona sue haciendo preparativos para el tradicional Baile de Navidad, Primer Grito del Carnaval. El baile empieza el día veinticuatro y termina el día de Año Nuevo. Vienen hacendados de la Argentina, herederos alemanes, artístas norteamericanos, ejecutivos japoneses, el parasitismo internacional. La Navidad se ha convertido en una fiesta. Bebida, locura, orgía, depilfarro.
El Primer Grito de Carnaval. De risa. Tienen gracia estos tipos…
Un loco se tiró desde el puente de Niteroi y estuvo nadando doce horas hasta que dio con el una lancha de salvamento. Y no agarró ni un resfriado.
Cuarenta viejos mueren en el incendio de un asilo. Las familias lo celebrarán.
Estoy acabando de ponerle la inyección de trinevral a doña Clotilde cuando llaman al timbre. Nunca llama nadie al timbre de la buhardilla. Yo hago las compras, arreglo la casa. Doña Clotilde no tiene parientes. Miro desde la galería. Es Ana Palindrómica.
Hablamos en la calle. ¿Es que andas huyendo de mi?, pregunta. Más o menos eso, digo. Subo con ella a la buhardilla. Doña Clotilde, estoy aquí con una chica, ¿puedo llevármela al cuarto? Hijo mío, la casa es tuya, haz lo que quieras; pero me gustaría verla.
Nos quedamos de pie al lado de la cama. Doña Clotilde se queda mirando a Ana un tiempo inmenso. Se le llenan los ojos de lágrimas. Yo rezaba todas las noches, solloza, todas las noches, para que encontraras una chica como esta. Alza los brazos flacos cubiertos de colgajos de piel flácida, junta las manos y dice, oh Dios mío, gracias, gracias.
Estamos en i cuarto, de pie, ceja contra ceja, como en el poema, y la desnudo, y ella me desnuda a mi, y su cuerpo es tan hermoso que siento una opresión en la garganta, lágrimas en mi rostro, ojos ardiendo, mis manos tiemblan
y ahora
estamos tumbados, uno junto a otro, entrelazados, gimiendo,
y más, y más, sin parar, ella grita la boca abierta, los dientes blancos, como de elefante joven;
¡ay, ay adoro tu obsesión!, grita ella, agua y sal y humores chorrean de nuestros cuerpos sin parar.
Ahora, mucho después, tumbados, mirándonos hipnotizados hasta que anochece y nuestros rostros brillan en la oscuridad y el perfume de su cuerpo traspasa las paredes de la habitación.
Ana despertó antes que yo y la luz está ya encendida. ¿Sólo tienes libros de poesía? Y todas estas armas ¿para qué? Coge la Mágnum del armario, carne blanca y acero negro, apunta hacia mí. Me siento en la cama.
¿Quieres disparar? Puedes disparar, la vieja no va a oír. Pero un poco más arriba. Con la punta del dedo alzo el cañón hasta la altura de mi frente. Aquí no duele.
¿Has matado a alguien alguna vez? Ana apunta el arma a mi cabeza.
Si.
¿Y te gustó?
Me gustó.
¿Qué sentiste?
Como un alivio.
¿Cómo nosotros dos en la cama?
No, no. Otra cosa. Lo contrario.
Yo no te tengo miedo, dice Ana.
Ni yo a ti. Te quiero.
Hablamos hasta el amanecer. Siento una especie de fiebre. Hago café para doña Clotilde y se lo llevo a la cama. Voy a salir con Ana, digo. Dios oyó mis oraciones, dice la vieja entre trago y trago.
Hoy es veinticuatro de diciembre, el día del Baile de Navidad o primer Grito de Carnaval. Ana Palindrómica se ha ido de casa y vive conmigo. Mi odio ahora es diferente. Tengo una misión. Siempre he tenido una misión y ni lo sabía. Ahora lo sé. Ana me ha ayudado a ver. Sé que si todos los jodidos hicieran lo que yo, el mundo sería mejor y más justo. Ana me ha enseñado a usar los explosivos y creo que estoy ya preparado para este cambio de escala. Andar matándolos uno a uno es cosa mística, y ya me he librado de eso. En el Baile de Navidad mataremos convencionalmente a los que podamos. Será mi último gesto romántico inconsecuente. Elegimos para iniciar la nueva fase a los consumistas asquerosos de un supermercado de la zona sur. Los matará una bomba de gran poder explosivo. Adiós machete, adiós puñal, adiós mi rifle, mi Colt Cobra, mi Mágnum, hoy será el último día que os use. Beso mi cuchillo. Hoy usaré explosivos, reventaré a la gente, lograré fama, ya no seré sólo el loco de la Mágnum. Tampoco volveré a salir por el parque de Flamenco mirando a los árboles, los troncos, la raíz, las hojas, la sombra, eligiendo el árbol que querría tener, que siempre quise tener, un pedazo de suelo de tierra apisonada. Y los ví crecer en el parque, y me alegraba cuando llovía, y la tierra se empapaba de agua, las hojas lavadas por la lluvia, el viento balanceando las ramas, mientras los automóviles de los canallas pasaban velozmente sin que ellos miraran siquiera a los lados. Ya no pierdo mi tiempo en sueños.
El mundo entero sabrá quien eres tú, quienes somos nosotros, dice Ana.
Noticia: El gobernador se va a disfrazar de Papá Noel. Noticia: Menos festejos y más meditación, vamos a purificar el corazón. Noticia: No faltará cerveza. No faltará pavo. Noticia: Los festejos navideños causarán este año más víctimas de tráfico y agresiones que en años anteriores. Policía y hospitales se preparan para las celebraciones de Navidad. El Cardenal en la televisión: la fiesta de Navidad ha sido desfigurada, su sentido no es éste, esa historia de Papá Noel es una desgraciada invención. El Cardenal afirma que Papá Noel es un payaso ficticio.
La víspera de Navidad es un buen día para que esa gente pague lo que debe, dice Ana. Al Papá Noel del baile quiero matarlo yo mismo a cuchilladas, digo.
Le leo a Ana lo que he escrito, nuestro mensaje de Navidad para los periódicos.
Nada de salir matando a diestro y siniestro, sin objetivo definido. Hasta ahora no sabía qué quería, no buscaba un resultado práctico, mi odio iba siendo desperdiciado. Estaba en lo cierto por lo que a mis impulsos se refiere, pero mi equivocación consistía en no saber quien era el enemigo y por qué era enemigo. Ahora lo sé. Ana me lo ha enseñado. Y mi ejemplo debe ser seguido por otros, sólo así cambiaremos el mundo. Esta es la síntesis de nuestro mensaje de Navidad.
Meto las armas en una maleta. Ana tira tan bien como yo, sólo que no sabe manejar el cuchillo, pero ésta es ahora un arma obsoleta. Le decimos adiós a doña Clotilde. Metemos la maleta en el coche. Vamos al baile de Navidad. No faltará cerveza, ni pavo. Ni sangre. Se cierra un ciclo de mi vida y se abre otro.

El Cobrador, RUBEM FONSECA.