Tirip… tirip… tirip… Hacia la tonada del celular cuando desperté -no puedo creer que ya sean de nuevo las seis de la mañana- me senté en la cama dando un gran bostezo mientras buscaba con la mirada el celular.
Ya de pie, pongo un poco de música, algo de Jazz para empezar el día un poco más tranquilo, lo cual fue un intento fallido, dado que mi cabeza no dejaba de pensar en el terrible hastío que le provocaba otro día de trabajo. Pero ahí estaba yo alistándome para ello.
Odio el transporte público, –pensaba, mientras subía por las escaleras del andén del metro – lo único bueno de este, es que siempre tienes tiempo de meditar, y es ahí donde te das cuenta de que la gran mayoría de la gente vive como rebaño, simplemente haciendo lo que les dicen que es correcto, sin ambición de siquiera ver si hay más posibilidades, y peor aún, sin intención de adquirir mayor conocimiento del que necesitan en su cotidianidad.
Me encontraba sumido en mis pensamientos cuando, una anciana con aspecto de indígena, de esas que usan reboso de muchos colores, una larga trenza en el pelo, que no se cómo diablos siempre están muy por debajo del promedio de estatura, y que andan por ahí descalzas, subió al metro a pedir limosna. Situación que siempre me molesta, llegando al punto, de querer lanzarme a golpes sobre dicha anciana. Lo cual hasta hoy he logrado contener. Pero esta visión de la anciana en el vagón del metro me hizo pensar que esa gente debería morir, no tienen razón de existir, ni siquiera son capases de sustentarse por sí mismas. Este pensamiento me llevo a la conclusión de que existe demasiada gente inservible en el mundo, que debería ser eliminada.
-Algún día los mataré a todos.- digo en voz baja.
Mi cabeza estaba llena de ideas cuando había llegado a mi destino, una oficina en la Colonia del Valle, edificio gris y sin chiste que se eleva en la avenida, de homónimo nombre a la colonia. Entre en el edificio tome las escaleras por que los elevadores me molestan, igual que la gente huevona que los usa. Al llegar al tercer piso, ahí estaba mi escritorio, lleno de trabajo pendiente y tedioso, con una de esas computadoras de pantalla delga a la izquierda, y rodeado de gente miserable que debiera ser eliminada en su mayoría, la cual me llama compañero de trabajo. Al llegar no saludo a nadie, me dirijo a mi lugar de trabajo sin siquiera prestarle atención a lo que ocurre a mi alrededor. Solo me instalo en mi silla incomoda y gastada a continuar con esta rutina asquerosa.
-Hola Ernesto, ¿Qué tal tu fin de semana?-
Se oye una voz, al despegar la vista del monitor veo a Laura, una mujer que trabaja conmigo, que a pesar de ser tonta y optimista, siempre tiene un velo de tristeza e inconformidad en el rostro, que la hace no caerme del todo mal. Ella es delgada, con ojos pequeños y claros, de facciones finas y nariz pequeña, vestida con una blusa blanca, entallada; con minifalda no muy corta y unas zapatillas discretas, siempre va maquillada de una forma discreta; pero que resalta, si se le presta atención; como diciendo que no ha perdido la esperanza de encontrar un hombre que la ame por el resto de su vida.
Normal –respondo secamente- y, ¿el tuyo?
Estuvo bien, he salido con mi familia a comer-contestó un poco desconcertada con mi respuesta.
No dijo más nada, se limito a seguir de largo como si adivinara mis ganas de estar solo, con mis pensamientos.
La hora de la comida siempre es una nueva oportunidad para observar la miserable vida de los sujetos que se pasean por las calles donde se encuentra mi trabajo. Intentando aparentar ser un modelo a seguir dentro de la sociedad, lo que me resulta sumamente repugnante.
Comí en el restaurante donde acostumbro hacerlo, que está siempre lleno de falsos burgueses, yo no como ahí por querer aparentar es solo que me gusta lo bueno, lo corriente me parece despreciable casi en su totalidad. Aquí en el restaurante una pareja de novios que está en la mesa contigua, conversa acerca de su fiesta de bodas, solo les interesa tener la aprobación de los invitados, quieren que la llamen la mejor fiesta de sus vidas. Lo dicen con tanta convicción e ilusión, que se podría creer que ese es su objetivo en la vida. Que patéticos.
Todo esto me hace imaginarme entrando a una de esas fiestas, para eliminar a todos.
De vuelta en mi trabajo me encuentro con mi jefe, aquel sujeto gordo, de piel blanca, con calvicie y de baja estatura, a quien le gusta atormentar a sus subordinados, valiéndose del pequeño poder de su posición; pero no es más que un ignorante, al cual las circunstancias, llenas de suerte, lo han llevado a esa posición.
Es de esas personas, que me sacan de quicio con su mera existencia, y su gran ego gigante injustificado que apenas y logro tolerar. Como me gustaría agarrarlo a golpes con un bate hasta destrozarle el cráneo.
-¡Ernesto!… ¡Ernesto! Me preguntaba ¿quisieras ir a tomar algo después del trabajo?- me dice Laura un poco apenada.
-¿A dónde?-
-Pues aquí a unas calles, hay un lugar donde se puede tomar algo y bailar. Se pone bueno-
-¿Bailar?-
-Bueno, si lo prefieres podemos ir a otro lado-
-Está bien. Vamos a donde dices. Te busco a las 6:00 pm. -
Ahora estoy aquí sentado sobre mi cama sin poder dormir. Y el cuerpo desnudo de Laura se encuentra dormido a mi lado.
¿Por qué nunca he de poder resistirme al placer carnal? Que sin buscarlo, se llega a presentar frente a mí, siéndome imposible rechazarlo. Siempre sucumbo al deseo humano, y aunque haya sabios que digan que las mujeres son nuestro paraíso terrenal, refiriéndose al sexo como algo indispensable para el hombre. Yo más bien creo que el sexo es algo involuntario un mero instinto, tal como el instinto de supervivencia, algo tan cotidiano, tan sencillo de obtener, que es carente de valor. Pero que por alguna razón soy incapaz de rechazar cuando se encuentra frente a mí.
Me levanto despacio de la cama, sin hacer el menor ruido. Me sirvo un poco de leche, sin poder beberla. Mi cabeza se llena de rencor, contra aquella mujer sobre mi cama.
Parado en la ventana intento despejar mi mente, y tomar un poco de aire fresco, intentando quitarme el inmenso calor que me rodea, un calor como ningún otro que haya conocido jamás, me sofoca, me desespera, y me nubla. Ahora parado aquí, junto a la ventana abierta, me invade el pensamiento de hacer lo que en verdad quiero, ese pensamiento que siempre he reprimido porque no es más que una fantasía. Pero persiste en su lucha por salir, por dominarme por completo, y sé, que no podre resistir por mucho tiempo más ¿Quizás es lo que debería hacer?... ¿Cómo puedo llamarme un ente pensante, si todo lo que hago lo hago por imposición?
Heme aquí, de nuevo en mi trabajo. Abrumado y corrompido. Es ahora que me doy cuenta que no sirve de nada pensar si se es un cobarde, he comprendido que soy una oveja más en este lugar. Solo otro ser que respira y sobrevive en este mundo de mierda.