sábado, 23 de febrero de 2013

Un álbum cualquiera


Se encontraba sentado en su sillón, contemplando el tiempo, viéndolo escurrirse por las paredes, los muebles, su vida; para luego filtrarse por las grietas del suelo y consumirse sin dejar huella. Se preguntaba como era posible que hubieran transcurrido 48 años de su vida, él lo sentía tan poco y a la vez demasiado.

Saco un álbum de fotografías, el único que guardaba. Y curiosamente no había ninguna foto de él en aquel álbum. No podría soportar ver la erosión que el tiempo había dejado.

El álbum estaba dividido en dos partes, una llena de fotos de amigos, de situaciones graciosas y locuras de toda clase.

Él miro aquellas fotos, algunas de su juventud, otras no tanto y algunas pocas que no tenían más de 4 años. Miraba los rostros, los lugares y añoraba los momentos; reía con recuerdos olvidados y rememoraba pláticas empolvadas en su mente. Cada página, cada imagen lo hundía  en una melancolía cada vez más grande y con ella llego a la segunda parte del álbum.

En ella solo había fotos de mujeres, rostros y rostros de mujeres que desfilaban frente a sus ojos y que parecían mirarlo con ternura. Sus sentimientos comenzaron a desbordarse, al mirar a todas aquellas mujeres con las que él había compartido su vida y que quiso. Su corazón parecía que se detendría. Ahora con todo el tiempo transcurrido, no era capaz de recordar el nombre de todas, ni sus actitudes o gustos. Lo único que tenia eran momentos hermosos, entrañables con una mujer ficticia, formada con las partes de todas; con un monstruo de su imaginación. No con ellas, que lo contemplaban con ternura.

Sus esfuerzos fueron en vano. Los recuerdos no se mostraban claramente, solo mostraban cuerpos sin caras, voces irreconocibles y una nostalgia absoluta. Añoraba a todas, a todas las mujeres que lo amaron. Extrañaba su aroma, sus pláticas, sus enojos. Pero más que nada extrañaba su vida.

Ahora solo y tirado en el sillón, con una cerveza en su mano sabía que no había marcha atrás, que nada volvería a comenzar. No se arrepentía de su vida, vivió como quiso. 

Mejor dicho no extrañaba su vida, solo extrañaba su juventud que se evaporo en el tiempo sin dejar huella.

Unas piernas cualesquiera





Era una tarde fría de otoño. Se encontraban recostados en el pasto, ella con su cabeza sobre el pecho de él. Él mirando las nubes buscando formas en esas amorfas blancas, que hipnotizan con su lento mutar.
- Me gusta estar así, contigo- dijo ella.
- Pues a mi me gustan tus piernas-.
- Mis piernas son tuyas, solo tuyas-.
Al escuchar esto. Sintió que algo le recorría por la espalda, subía a la nuca y le bajaba de nuevo a las entrañas, para instalarse ahí. Se pregunto ¿como fue, a que hora, en que lugar fue que él se ganó las piernas de quien con él estaba?... No encontró respuesta, solo la apretó entre sus brazos y se lleno los pulmones de su olor. Estaba contento de ser el dueño de unas piernas, eran unas buenas piernas nunca se cansaría de ellas, pensó.
La beso, de una manera tierna, quizás como nunca lo había hecho.
-Te quiero-.
Sollozo ella con voz temblorosa después de aquel beso que la había dejado sin aliento. Y pareció volcar su alma, su vida en aquellas palabras.
- Yo también te quiero-. Dijo secamente, mientras intentaba encontrar a que le recordaba aquella nube lejana.
Eran dos te quiero completamente distintos, pero esto no era culpa de él ni de ella. No se referían al mismo te quiero, el de ella era un todo, un absoluto, una entrega casi total. Mientras el de él era más como una frase inconclusa; un te quiero tener, te quiero besar, te quiero... que incapaz de ser terminado se disolvía en el viento.
Así se quedaron largo rato mirando el cielo. Él no podía sacarse de la cabeza las piernas que ahora le pertenecían. Se las imaginaba de mil formas distintas, era capaz de verlas de todos los ángulos al mismo tiempo. Se imaginó recorriéndolas con una mano y luego con las dos, se pensó rosándolas con la mirada, lamiéndolas con las pupilas hasta llenarse de ellas.
Sabía que no las merecía, pero eso no le importaba. Lo mismo le daba que fueran las piernas de ella o las de otra, el disfrutaba de la compañía de las mujeres. Bastaba con que fueran bellas y dulces para que sintiera necesidad de besarlas, de sentirlas en un abrazo largo y lleno de ternura, y sentir de repente que la vida se limitaba a aquel momento. Y aunque él sabia que había momentos en que en verdad deseaba amarlas, como ahora lo tenía con ella, eso no bastaba. No bastaba amar sus piernas hermosas, suaves… perfectas. Miró una nube lejana, era una mancha amorfa, pero le recordó a sus piernas, y las sintió lejanas y tuvo la necesidad de tocarlas por primera vez. Estiro su mano y ahí estaban, cálidas y llenas de vida, y sus dedos se asieron tanto a ellas que parecieron fundirse, las piernas se volvieron una extensión más de sus manos y sintió nostalgia, añoro un sentimiento que jamás había sentido.
-Quizás no hay más amor del que cabe una noche entre las manos.- Pensó.
Decidió guardar las ideas para después y se limito a disfrutar de ella, de su compañía y de sus nuevas piernas.