Hoy se han llevado al señor Ernesto. Paso
toda la mañana quejándose de un dolor en
el pecho y le costaba trabajo respirar. Nunca supe que es lo que tenía, y
cuando le pregunte, solo me dijo que le bastaba con verse internado en el
hospital y que preferiría hablar de otras cosas. Yo por mi parte quiero saber,
pregunto a enfermeras y doctores sobre cada procedimiento, creo que los
fastidio un poco, pero que importa. Nunca había estado hospitalizado y todo es
nuevo para mi; la bata, la cama, los puntos en mi abdomen, el suero. Me agrada
un poco que las personas vengan y pregunten por mi, que si siento dolor, que si
tengo frío, que mi temperatura. Todo es diferente a mi vida habitual en la que
a veces paso días sin cruzar palabra.
Se que no durará, solo me sacaron la
apéndice y ya mañana podré irme de aquí, y con algunas precauciones volver a mi
vida cotidiana, o mejor dicho a la indiferencia. Me siento más vivo aquí en
esta cama, con todas estas sensaciones y esta curiosidad.
Ayer platicaba con el señor Ernesto, parece
que el tampoco tiene familiares, siempre estábamos solos, me contaba sus
intenciones de viajar a América de Sur y
conocer el Amazonas, aunque no lo recorrería pues admitía que a su edad sería
muy descabellado.
Platicábamos largo rato y solo nos
callábamos cuando la mujer de mi derecha con quien compartíamos habitación le
llegaban visitas. Aun no se porque esta
aquí pero al parecer le han amputado las dos piernas y aunque el desfile de
amigos y familiares intentan animarla, no parece surtir efecto. Ella no hace
más que mirar a la pared y responde a sus preguntas sin siquiera mirarlos. Yo
no soportaría eso de vivir mutilado, la compasión y la piedad me parecen dos
sentimientos detestables. Quizá por eso me gusta la atención de enfermeras y
doctores, en ellos ya no cabe la compasión, en su rutina de tragedias la han
borrado, son incapaces de sentirla.
Creo que la mujer de mi derecha no ha sido
capaz de soportarlo y pareciera que se esta dejando morir o tal vez esta algo
deprimida solamente pero no ha querido comer a pesar de que las enfermeras le
insisten. Sigue sin hablar con sus familiares, me parece que hace lo correcto
si no puede vivir como ella quiere para que hacerlo, a fin de cuentas vivir no
es una obligación. El señor Ernesto opina lo contrario, cree que la vida se nos
dio por algún motivo y que uno no puede solo claudicar ante la muerte.
Le pregunte a la enfermera a cerca del
señor Ernesto. “ha muerto de un infarto, ya no pudimos hacer nada” fue su respuesta. Eso no lo esperaba, no me parecía
tan grave su dolor en el pecho.
Me quedan pocas horas en el hospital, mañana me darán de alta. Me pregunto como se
sentirá un infarto, siempre me ha dado curiosidad la muerte, y a uno le dan
ganas de saber si el dolor antes de morir te hace sentir más vivo que la vida
en si, no lo se. Pienso en el que es fusilado por ejemplo, alguno con la mala
suerte de no recibir ningún disparo que le provoque la muerte instantánea; que
sienta el calor y el ardor de los agujeros de bala, la calidez y el olor de la
sangre. El dolor no es mas que la vida misma, vida que no es mas que
sensaciones. Que pasaría si un día despertara sin mis sentidos. No vería la
luz, no sentiría el aire entrar por mi nariz, ni la calidez de mi cama, no
habría sonidos que pudiera percibir. Nada me haría creer que estoy vivo, la
mera conciencia no nos sirve para eso.
Por eso me gusta estar aquí, me siento más
vivo que afuera. El dolor en mi vientre, el olor a antibiótico y a enfermo, las
agujas en mi brazo, todas esas sensaciones de vida tangible me llenan. No es
que sea masoquista o algo por el estilo, es solo que soy un poco curioso.
Se han llevado también a la señora de mi
derecha, parece que le ha pasado algo, se ha estado quejando calladamente todo
el día.
He estado solo un largo rato en la
habitación, y me he puesto a pensar de nuevo en don Ernesto, lo envidio de
alguna forma, él ya posee respuestas y yo solo aquí en la cama de un hospital
esperando a que el doctor venga a darme de alta.