martes, 30 de julio de 2013

Una camisa cualquiera.

Aún estaba oscuro cuando abrió los ojos, pero el despertador atacaba sin tregua sus oídos que imploraban misericordia. Se levantó y callo el aparato, volvió a la cama. No podría dormir más, aunque sabía que le quedaba media hora, aún era temprano.

A las seis treinta salió del baño envuelto en una nube de vapor, se paró frente al closet y se quedó contemplando toda la ropa que ahí se encontraba colgada como reses en un matadero. Se sentía cansado, no físicamente; no, más bien cansado de tener que arreglarse. Tenía bastante ropa y toda la utilizaba, tenía para cada ocasión y ninguna en verdad le gustaba la compraba porque la requería. Necesitaba vestir a la moda para trabajar en una oficina elitista como en la que estaba, para gustarle a esa hermosa chica fresa que alguna vez conoció, y hasta para que no lo miren feo en aquel club deportivo al que pertenece.

Le gusta hacer esas cosas, no tiene problema alguno con ello, la gusta el dinero que le deja su trabajo; y mirar a sus compañeras narcisistas con sus vestidos entallados y faldas cortas; le gusta ir al club a jugar tenis, o tal vez a nadar un rato. Solo no le gustaba la ropa, salvo una prenda. Una horrible camisa verde agua con grandes flores rojas estampadas por todos lados de mangas cortas.

Contemplo su camisa verde, le gustaba, en verdad le gustaba. No sabía la razón, quizás era lo llamativa y ridícula que era. Se vistió con ella. Era la primera vez que la utilizaba, nunca la había vestido y sabía que no lo haría. Solo la conservaría ahí en el rincón más escondido del closet como su más grande orgullo, ese que no debe ver nadie.

Se sentó en la cama con la camisa puesta, no quería ir a trabajar. Ese día solo quería quedarse en casa y vestir su camisa. Su horrible camisa símbolo de su voluntad, esa pequeña voluntad que aun protegía, y que era lo único que conservaba, la demás la vendía a cambio de los placeres de una vida acomodada. Ya no se podía expresar libre, ni vestir como quisiera, ni hacer lo que quisiera. Ahora tenía que vivir bajo las reglas, para vivir bien.


Ese día no trabajo, no hizo nada, solo se quedó tirado en la cama con el último resquicio de voluntad que le quedaba. Una voluntad verde con enormes flores rojas.

domingo, 9 de junio de 2013

No significa nada

¿Cómo llevar las palabras al papel?
¿Cómo plasmarlas en tinta
y no sonar como un idiota?
Qué más da, no significara nada
como todo lo demás.

Nada significa mi amor
por los libros,
o la calidez que siento
cuando tomas mi mano
y me besas con ternura.

No significa nada
que le agrade a tu madre,
o que digas que me quieres,
aunque me quieras.
Tampoco que mi corazón
se detenga cuando te veo desnuda
y mi mano recurre tus muslos
y tu vientre.

Me podría ir de tu vida,
desaparecer, morir de repente y
no sería nada.
No le importaría al mundo,
nada cambiaría.
Solo llorarías un poco
por algunos días, y
quizás, por algunas semanas
estarías triste y melancólica.
Pero lo superarías en un mes
o dos, y hablarías de mi
como si aún estuviera.

Comenzarías a olvidarme
luego del primer año.
Habría menos gente en común,
y, aunque tratara de aferrarme
a tu mente, me suplantarías
con personas nuevas y
recuerdos nuevos y amores nuevos,
está bien, porque no significa nada.

Un día, años después
me recordarías por última vez
(mientras escombras tu closet
o aquel armario que ya no abres
nunca), cuando se asome aquel
viejo libro que te di un día.
Lo verías, sonreirías y quizás
exhalarías un suspiro de nostalgia.
Pensarías en mi por un instante
mientras colocas el libro de vuelta
a su lugar, y me olvidarías

para siempre.

jueves, 11 de abril de 2013

¿Quién eres tú?

¡¿Quién eres tú?!
Quien eres tú
para hacerme pensar en ti,
para que de pronto, los libros
solo hablen de ti
o hablen contigo.

¡¿Quién eres tú?!
para idiotizarme con esas piernas,
para hacer que las nubes
me recuerden tu mirada,
y que mis noches se conviertan
en un ruego por tu cuerpo
tu sonrisa o tu piel.

¡¿Quién eres tú?!
Para meterte en mi cabeza
y pararte en medio
y gritar y mover los brazos,
y sacudirme la medula,
los huesos, el alma.
Y no te vas ,
y ocupas más espacio que todo
y todo lo amontonas,
lo haces a un lado,
lo enrollas, lo aprietas
en rincones olvidados,
y yo miro,
solo te miro, me gusta verte,
ya lo sabes.
Y dejo que aplastes,
avientes y pisotees recuerdos
para imponerme los tuyos.

Y aunque a veces me
pregunto: ¿Quién eres tú?
no hago nada, solo
me dejo llevar por ti
te beso cuando quieres que lo haga
y me aferro a tus piernas
como aferrándome a la vida
y a la muerte, si,
las dos al mismo tiempo.
Porque al hacerlo me siento vivo, tan vivo
que podría morir ahí fulminado
por consumirme toda la vida
en ese instante. Pero
qué importa que te fumes mi vida,
si cuando lo haces, es cuando vivo. 

domingo, 31 de marzo de 2013

Nunca has estado solo


Sentado. Acostumbrándome a ser parte de la nada.

Un silencio abrumador, absoluto.
Solo oyes el latido de tu corazón
y este se funde con el silencio
y piensas en muerte, calma y soledad.
Te crees fuerte para soportarlo,
pero te sabes incrédulo, al fin,
nunca has estado solo
tienes esa ventaja o esa desgracia.

La luz de la computadora te atonta
y deseas un trago y correr,
fatigarte hasta escupir los pulmones.
Ver a la gente que camina contenta,
se tocan las manos,
se rosan con los ojos.
Te sabes igual.
No lo soportas y buscas una imagen,
la imagen de una mujer
cualquiera, no importa,
solo quieres distraerte,
quizás enamorarte y seguir
sin estar solo,
al menos otro instante más.

Cierras la computadora,
ya no lo soportas y sales.
Miras a todos lados
no lo encuentras, buscas algo
no sabes qué, pero lo buscas.
Entras a un cine.
Te ves y te ven raro
la única figura sola,
eres como un fantasma
del que todos evitan su mirada.
Te sientas solo y vacío
y contemplas la pantalla
una trama tonta, simple
como la vida de cualquiera,
como tu vida.
Gente buscando gente entre gente.

Sales del cine, caminas
por una avenida
siempre mirando.
La soledad es más cruel
cuando estas rodeado de gente acompañada.
Intentas soportarlo
es como una prueba, piensas.
Hay una librería, nunca has podido ignorarlas,
entras, hueles los libros
te detienes frente a los libros de autoayuda,
ríes, esos títulos siempre te hacen reír.
Piensas en una gran broma
y volteas a los lados, estas solo,
es una lástima, era una buena broma.
Sales de la librería
ya estas más confiado.
La soledad no es gran cosa,
crees que puedes soportarlo,
al fin, ya estás cansado de no estarlo.
Vuelves a casa,
entras y respiras profundo,
sacas el arma y te disparas.

sábado, 23 de febrero de 2013

Un álbum cualquiera


Se encontraba sentado en su sillón, contemplando el tiempo, viéndolo escurrirse por las paredes, los muebles, su vida; para luego filtrarse por las grietas del suelo y consumirse sin dejar huella. Se preguntaba como era posible que hubieran transcurrido 48 años de su vida, él lo sentía tan poco y a la vez demasiado.

Saco un álbum de fotografías, el único que guardaba. Y curiosamente no había ninguna foto de él en aquel álbum. No podría soportar ver la erosión que el tiempo había dejado.

El álbum estaba dividido en dos partes, una llena de fotos de amigos, de situaciones graciosas y locuras de toda clase.

Él miro aquellas fotos, algunas de su juventud, otras no tanto y algunas pocas que no tenían más de 4 años. Miraba los rostros, los lugares y añoraba los momentos; reía con recuerdos olvidados y rememoraba pláticas empolvadas en su mente. Cada página, cada imagen lo hundía  en una melancolía cada vez más grande y con ella llego a la segunda parte del álbum.

En ella solo había fotos de mujeres, rostros y rostros de mujeres que desfilaban frente a sus ojos y que parecían mirarlo con ternura. Sus sentimientos comenzaron a desbordarse, al mirar a todas aquellas mujeres con las que él había compartido su vida y que quiso. Su corazón parecía que se detendría. Ahora con todo el tiempo transcurrido, no era capaz de recordar el nombre de todas, ni sus actitudes o gustos. Lo único que tenia eran momentos hermosos, entrañables con una mujer ficticia, formada con las partes de todas; con un monstruo de su imaginación. No con ellas, que lo contemplaban con ternura.

Sus esfuerzos fueron en vano. Los recuerdos no se mostraban claramente, solo mostraban cuerpos sin caras, voces irreconocibles y una nostalgia absoluta. Añoraba a todas, a todas las mujeres que lo amaron. Extrañaba su aroma, sus pláticas, sus enojos. Pero más que nada extrañaba su vida.

Ahora solo y tirado en el sillón, con una cerveza en su mano sabía que no había marcha atrás, que nada volvería a comenzar. No se arrepentía de su vida, vivió como quiso. 

Mejor dicho no extrañaba su vida, solo extrañaba su juventud que se evaporo en el tiempo sin dejar huella.

Unas piernas cualesquiera





Era una tarde fría de otoño. Se encontraban recostados en el pasto, ella con su cabeza sobre el pecho de él. Él mirando las nubes buscando formas en esas amorfas blancas, que hipnotizan con su lento mutar.
- Me gusta estar así, contigo- dijo ella.
- Pues a mi me gustan tus piernas-.
- Mis piernas son tuyas, solo tuyas-.
Al escuchar esto. Sintió que algo le recorría por la espalda, subía a la nuca y le bajaba de nuevo a las entrañas, para instalarse ahí. Se pregunto ¿como fue, a que hora, en que lugar fue que él se ganó las piernas de quien con él estaba?... No encontró respuesta, solo la apretó entre sus brazos y se lleno los pulmones de su olor. Estaba contento de ser el dueño de unas piernas, eran unas buenas piernas nunca se cansaría de ellas, pensó.
La beso, de una manera tierna, quizás como nunca lo había hecho.
-Te quiero-.
Sollozo ella con voz temblorosa después de aquel beso que la había dejado sin aliento. Y pareció volcar su alma, su vida en aquellas palabras.
- Yo también te quiero-. Dijo secamente, mientras intentaba encontrar a que le recordaba aquella nube lejana.
Eran dos te quiero completamente distintos, pero esto no era culpa de él ni de ella. No se referían al mismo te quiero, el de ella era un todo, un absoluto, una entrega casi total. Mientras el de él era más como una frase inconclusa; un te quiero tener, te quiero besar, te quiero... que incapaz de ser terminado se disolvía en el viento.
Así se quedaron largo rato mirando el cielo. Él no podía sacarse de la cabeza las piernas que ahora le pertenecían. Se las imaginaba de mil formas distintas, era capaz de verlas de todos los ángulos al mismo tiempo. Se imaginó recorriéndolas con una mano y luego con las dos, se pensó rosándolas con la mirada, lamiéndolas con las pupilas hasta llenarse de ellas.
Sabía que no las merecía, pero eso no le importaba. Lo mismo le daba que fueran las piernas de ella o las de otra, el disfrutaba de la compañía de las mujeres. Bastaba con que fueran bellas y dulces para que sintiera necesidad de besarlas, de sentirlas en un abrazo largo y lleno de ternura, y sentir de repente que la vida se limitaba a aquel momento. Y aunque él sabia que había momentos en que en verdad deseaba amarlas, como ahora lo tenía con ella, eso no bastaba. No bastaba amar sus piernas hermosas, suaves… perfectas. Miró una nube lejana, era una mancha amorfa, pero le recordó a sus piernas, y las sintió lejanas y tuvo la necesidad de tocarlas por primera vez. Estiro su mano y ahí estaban, cálidas y llenas de vida, y sus dedos se asieron tanto a ellas que parecieron fundirse, las piernas se volvieron una extensión más de sus manos y sintió nostalgia, añoro un sentimiento que jamás había sentido.
-Quizás no hay más amor del que cabe una noche entre las manos.- Pensó.
Decidió guardar las ideas para después y se limito a disfrutar de ella, de su compañía y de sus nuevas piernas.

martes, 8 de enero de 2013

Idilio


Llegue tarde a casa de Fernando, siempre me ha agradado llagar a las fiestas cuando ya están llenas de gente, así puedo dedicarme a beber rápida y desmesuradamente sin ser juzgado. Lo mejor de esas reuniones de la universidad es el alcohol. Al contrario de las platicas que casi siempre son sosas y cargadas de una falsa moral que me desespera, o quizás es solo mi pequeña misantropía, no lo se.

Ya con caguama en mano bebía apresuradamente, y no tarde en dejar el envase de litro doscientos vacío. Me apresure a ir en busca de otro trago. Decidí ir a explorar el lugar, ver si podía encontrar algo nuevo que resaltara. Veía rostros familiares y actitudes conocidas. Besos apresurados en algún rincón, llenos de caricias furtivas en la obscuridad; platicas que evocaban tiempos que parecían mejores; anécdotas humillantes de conocidos y desconocidos que ya conocía, y que no me interesaban. Y claro, todos fingiendo saber de lo que se trata la vida. Fue en mi búsqueda que tropecé contigo y tus ojos obscuros,  más embriagantes que la cerveza. Yo atónito, no pude más que seguirte con la mirada, seguir el dulce movimiento de tu cabello, y ese vaivén de tus caderas que me hipnotizo.

Fui en busca de Fernando para preguntar  por ti. No obtuve más que una respuesta negativa y dos o tres consejos para que te hablara.

Mi cerveza y yo rondamos por la fiesta buscando un momento para intercambiar una sonrisa o quizás algunas palabras.

Te vi cruzar la sala te dirigías al baño, sabia que era mi única oportunidad, fui tras de ti no sabia que decir, quizás solo preguntar tu nombre o quizás solo una sonrisa no lo se cualquier cosa. Tu te volviste me miraste fijamente y yo me quede petrificado, tu mirada era de una belleza insoportable, expresaba todo y nada. Sonreíste y sin decir más, me besaste. Fue un beso largo, lento y lleno de calor, de esos besos que jamás se olvidan. Luego vino un silencio, mientras mis manos se negaban a soltar tu cálido cuerpo, yo me iba impregnando todo de ti: de tu figura, de tu aroma, de tu sabor. Quería decir que te amaba, eso era lo que sentía, podría quedarme ahí parado contigo todo el tiempo, no importaba, nada importaba. Tú también querías decirlo, o al menos eso es lo que quiero recordar. Deseamos juntos que el mundo se acabara y morir juntos en ese instante. Pusiste un papel en mi mano y te fuiste. Saliste de la fiesta sin decir nada. Me quede atónito no sabia como reaccionar. Leí el papel “nos vemos mañana frente a la biblioteca de la escuela a las 12”.

Jamás supe a que hora escribiste ese papel. Esa noche no pude dormir pensé en ti todo el tiempo, te imagine de mil formas distintas, pero todas perfectas. Imagine que te gustaba leer; que escribías poemas; que llorabas como nadie llena de melancolía; que me entenderías en todas mis locuras e ideas extrañas. Esa noche te amé, y era un amor tan embriagante.

Llegue 15 minutos antes de la cita y me quede sentado esperándote. Tú llegaste puntal, justo a las 12 te vi. Venias con tu caminar suave e hipnotizante de la noche anterior. Te acercaste y sin decir más me besaste, pero el beso fue vacío, parecía más una formalidad. Y tus ojos ya no eran embriagantes. No pude soportarlo, mire hacía otro lado y pregunte como estabas. Bien, fue todo lo que dijiste y surgió un silencio áspero. Te apresuraste a buscar algo que comentar y me hablaste de tus padres, tu perro, tu hermano, y como te trataba la escuela. “¿Te gusta leer?”, te pregunte interrumpiéndote. Reíste para luego responder “No, pero entonces yo estaba así cuando mi papá…”. Eso me confundió, casi no pude soportarlo, ya no eras tu la misma que yo imagine, esa que sería capaz de entenderme, eras otra persona no eras a quien yo amé por la noche. No me interesaba tu autobiografía u oír de tus recuerdos que jamás serían míos. Tu seguías hablando “…y mi amiga me dijo que era lo mismo, y nos empezamos a reír todos…” y la desilusión y desesperación se apoderaban de mi cada vez más. No podía reclamarte, decirte embustera, que todo había sido una farsa, no a fin de cuentas no hiciste nada. No pude soportarlo, tenía el corazón roto. Me levante y me fui, tu te quedaste. Ya no te oí decir nada, ya no podía. Habías destrozado mi amor por ti, no, no era por ti, yo ame a alguien más que imagine y deposité en tu cuerpo. Alguien que a veces… extraño.