Aún estaba
oscuro cuando abrió los ojos, pero el despertador atacaba sin tregua sus oídos
que imploraban misericordia. Se levantó y callo el aparato, volvió a la cama. No
podría dormir más, aunque sabía que le quedaba media hora, aún era temprano.
A las seis
treinta salió del baño envuelto en una nube de vapor, se paró frente al closet
y se quedó contemplando toda la ropa que ahí se encontraba colgada como reses
en un matadero. Se sentía cansado, no físicamente; no, más bien cansado de
tener que arreglarse. Tenía bastante ropa y toda la utilizaba, tenía para cada
ocasión y ninguna en verdad le gustaba la compraba porque la requería. Necesitaba
vestir a la moda para trabajar en una oficina elitista como en la que estaba,
para gustarle a esa hermosa chica fresa que alguna vez conoció, y hasta para
que no lo miren feo en aquel club deportivo al que pertenece.
Le gusta
hacer esas cosas, no tiene problema alguno con ello, la gusta el dinero que le
deja su trabajo; y mirar a sus compañeras narcisistas con sus vestidos
entallados y faldas cortas; le gusta ir al club a jugar tenis, o tal vez a
nadar un rato. Solo no le gustaba la ropa, salvo una prenda. Una horrible
camisa verde agua con grandes flores rojas estampadas por todos lados de mangas
cortas.
Contemplo su
camisa verde, le gustaba, en verdad le gustaba. No sabía la razón, quizás era lo
llamativa y ridícula que era. Se vistió con ella. Era la primera vez que la
utilizaba, nunca la había vestido y sabía que no lo haría. Solo la conservaría
ahí en el rincón más escondido del closet como su más grande orgullo, ese que
no debe ver nadie.
Se sentó en
la cama con la camisa puesta, no quería ir a trabajar. Ese día solo quería
quedarse en casa y vestir su camisa. Su horrible camisa símbolo de su voluntad,
esa pequeña voluntad que aun protegía, y que era lo único que conservaba, la
demás la vendía a cambio de los placeres de una vida acomodada. Ya no se podía
expresar libre, ni vestir como quisiera, ni hacer lo que quisiera. Ahora tenía
que vivir bajo las reglas, para vivir bien.
Ese día no
trabajo, no hizo nada, solo se quedó tirado en la cama con el último resquicio de
voluntad que le quedaba. Una voluntad verde con enormes flores rojas.
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