domingo, 29 de octubre de 2017

Un momento de inspiración
Cuando te sientas frente al monitor y solo esperas que las palabras fluyan. Piensas en poetas, narradores, pintores, músicos; y te preguntas cómo es que lo logran. Te tomas un trago o dos, para sentirte más artista, pero no da resultado nada sale de tu mísera cabeza. Esperas. Quizá dos tragos más. Nada. La pantalla sigue en blanco, piensas que talvez la música ayude, vesti la giubba suena una, dos, tres veces; José Feliciano choca su copa rota contigo y piensas que debe ser más sencillo ser cantante, de esos que solo tienen que tener la suerte de nacer con la voz, no componen ni música ni letra y al final son famosos, logran fama y dinero; justo lo que nuestra cultura nos enseña a desear desde que nacemos. Se acaba el playlist y la pantalla sigue en blanco tal vez el refresco entorpece a las musas. Tragos derechos de la botella, total parece que a Pedro infante le funcionaron, lo prueban todas esas películas de la época dorada. Una cosa lleva a la otra, pasas de Peter Child a José Alfredo y antes de darte cuenta te quedaste dormido sobre el teclado. Despiertas y no encuentras nada más que un mísero renglón:

“cuando te sientas frente al monitor y solo esperabnmmmmmmmmmmmmmmmmm”

viernes, 10 de enero de 2014

En un hospital cualquiera

Hoy se han llevado al señor Ernesto. Paso toda la mañana quejándose de un dolor  en el pecho y le costaba trabajo respirar. Nunca supe que es lo que tenía, y cuando le pregunte, solo me dijo que le bastaba con verse internado en el hospital y que preferiría hablar de otras cosas. Yo por mi parte quiero saber, pregunto a enfermeras y doctores sobre cada procedimiento, creo que los fastidio un poco, pero que importa. Nunca había estado hospitalizado y todo es nuevo para mi; la bata, la cama, los puntos en mi abdomen, el suero. Me agrada un poco que las personas vengan y pregunten por mi, que si siento dolor, que si tengo frío, que mi temperatura. Todo es diferente a mi vida habitual en la que a veces paso días sin cruzar palabra.

Se que no durará, solo me sacaron la apéndice y ya mañana podré irme de aquí, y con algunas precauciones volver a mi vida cotidiana, o mejor dicho a la indiferencia. Me siento más vivo aquí en esta cama, con todas estas sensaciones y esta curiosidad.

Ayer platicaba con el señor Ernesto, parece que el tampoco tiene familiares, siempre estábamos solos, me contaba sus intenciones de viajar a América de Sur  y conocer el Amazonas, aunque no lo recorrería pues admitía que a su edad sería muy descabellado.

Platicábamos largo rato y solo nos callábamos cuando la mujer de mi derecha con quien compartíamos habitación le llegaban visitas. Aun no se porque  esta aquí pero al parecer le han amputado las dos piernas y aunque el desfile de amigos y familiares intentan animarla, no parece surtir efecto. Ella no hace más que mirar a la pared y responde a sus preguntas sin siquiera mirarlos. Yo no soportaría eso de vivir mutilado, la compasión y la piedad me parecen dos sentimientos detestables. Quizá por eso me gusta la atención de enfermeras y doctores, en ellos ya no cabe la compasión, en su rutina de tragedias la han borrado, son incapaces de sentirla.

Creo que la mujer de mi derecha no ha sido capaz de soportarlo y pareciera que se esta dejando morir o tal vez esta algo deprimida solamente pero no ha querido comer a pesar de que las enfermeras le insisten. Sigue sin hablar con sus familiares, me parece que hace lo correcto si no puede vivir como ella quiere para que hacerlo, a fin de cuentas vivir no es una obligación. El señor Ernesto opina lo contrario, cree que la vida se nos dio por algún motivo y que uno no puede solo claudicar ante la muerte.

Le pregunte a la enfermera a cerca del señor Ernesto. “ha muerto de un infarto, ya no pudimos hacer nada”  fue su respuesta. Eso no lo esperaba, no me parecía tan grave su dolor en el pecho.

Me quedan pocas horas en el hospital,  mañana me darán de alta. Me pregunto como se sentirá un infarto, siempre me ha dado curiosidad la muerte, y a uno le dan ganas de saber si el dolor antes de morir te hace sentir más vivo que la vida en si, no lo se. Pienso en el que es fusilado por ejemplo, alguno con la mala suerte de no recibir ningún disparo que le provoque la muerte instantánea; que sienta el calor y el ardor de los agujeros de bala, la calidez y el olor de la sangre. El dolor no es mas que la vida misma, vida que no es mas que sensaciones. Que pasaría si un día despertara sin mis sentidos. No vería la luz, no sentiría el aire entrar por mi nariz, ni la calidez de mi cama, no habría sonidos que pudiera percibir. Nada me haría creer que estoy vivo, la mera conciencia no nos sirve para eso.

Por eso me gusta estar aquí, me siento más vivo que afuera. El dolor en mi vientre, el olor a antibiótico y a enfermo, las agujas en mi brazo, todas esas sensaciones de vida tangible me llenan. No es que sea masoquista o algo por el estilo, es solo que soy un poco curioso.

Se han llevado también a la señora de mi derecha, parece que le ha pasado algo, se ha estado quejando calladamente todo el día.


He estado solo un largo rato en la habitación, y me he puesto a pensar de nuevo en don Ernesto, lo envidio de alguna forma, él ya posee respuestas y yo solo aquí en la cama de un hospital esperando a que el doctor venga a darme de alta.

martes, 30 de julio de 2013

Una camisa cualquiera.

Aún estaba oscuro cuando abrió los ojos, pero el despertador atacaba sin tregua sus oídos que imploraban misericordia. Se levantó y callo el aparato, volvió a la cama. No podría dormir más, aunque sabía que le quedaba media hora, aún era temprano.

A las seis treinta salió del baño envuelto en una nube de vapor, se paró frente al closet y se quedó contemplando toda la ropa que ahí se encontraba colgada como reses en un matadero. Se sentía cansado, no físicamente; no, más bien cansado de tener que arreglarse. Tenía bastante ropa y toda la utilizaba, tenía para cada ocasión y ninguna en verdad le gustaba la compraba porque la requería. Necesitaba vestir a la moda para trabajar en una oficina elitista como en la que estaba, para gustarle a esa hermosa chica fresa que alguna vez conoció, y hasta para que no lo miren feo en aquel club deportivo al que pertenece.

Le gusta hacer esas cosas, no tiene problema alguno con ello, la gusta el dinero que le deja su trabajo; y mirar a sus compañeras narcisistas con sus vestidos entallados y faldas cortas; le gusta ir al club a jugar tenis, o tal vez a nadar un rato. Solo no le gustaba la ropa, salvo una prenda. Una horrible camisa verde agua con grandes flores rojas estampadas por todos lados de mangas cortas.

Contemplo su camisa verde, le gustaba, en verdad le gustaba. No sabía la razón, quizás era lo llamativa y ridícula que era. Se vistió con ella. Era la primera vez que la utilizaba, nunca la había vestido y sabía que no lo haría. Solo la conservaría ahí en el rincón más escondido del closet como su más grande orgullo, ese que no debe ver nadie.

Se sentó en la cama con la camisa puesta, no quería ir a trabajar. Ese día solo quería quedarse en casa y vestir su camisa. Su horrible camisa símbolo de su voluntad, esa pequeña voluntad que aun protegía, y que era lo único que conservaba, la demás la vendía a cambio de los placeres de una vida acomodada. Ya no se podía expresar libre, ni vestir como quisiera, ni hacer lo que quisiera. Ahora tenía que vivir bajo las reglas, para vivir bien.


Ese día no trabajo, no hizo nada, solo se quedó tirado en la cama con el último resquicio de voluntad que le quedaba. Una voluntad verde con enormes flores rojas.

domingo, 9 de junio de 2013

No significa nada

¿Cómo llevar las palabras al papel?
¿Cómo plasmarlas en tinta
y no sonar como un idiota?
Qué más da, no significara nada
como todo lo demás.

Nada significa mi amor
por los libros,
o la calidez que siento
cuando tomas mi mano
y me besas con ternura.

No significa nada
que le agrade a tu madre,
o que digas que me quieres,
aunque me quieras.
Tampoco que mi corazón
se detenga cuando te veo desnuda
y mi mano recurre tus muslos
y tu vientre.

Me podría ir de tu vida,
desaparecer, morir de repente y
no sería nada.
No le importaría al mundo,
nada cambiaría.
Solo llorarías un poco
por algunos días, y
quizás, por algunas semanas
estarías triste y melancólica.
Pero lo superarías en un mes
o dos, y hablarías de mi
como si aún estuviera.

Comenzarías a olvidarme
luego del primer año.
Habría menos gente en común,
y, aunque tratara de aferrarme
a tu mente, me suplantarías
con personas nuevas y
recuerdos nuevos y amores nuevos,
está bien, porque no significa nada.

Un día, años después
me recordarías por última vez
(mientras escombras tu closet
o aquel armario que ya no abres
nunca), cuando se asome aquel
viejo libro que te di un día.
Lo verías, sonreirías y quizás
exhalarías un suspiro de nostalgia.
Pensarías en mi por un instante
mientras colocas el libro de vuelta
a su lugar, y me olvidarías

para siempre.

jueves, 11 de abril de 2013

¿Quién eres tú?

¡¿Quién eres tú?!
Quien eres tú
para hacerme pensar en ti,
para que de pronto, los libros
solo hablen de ti
o hablen contigo.

¡¿Quién eres tú?!
para idiotizarme con esas piernas,
para hacer que las nubes
me recuerden tu mirada,
y que mis noches se conviertan
en un ruego por tu cuerpo
tu sonrisa o tu piel.

¡¿Quién eres tú?!
Para meterte en mi cabeza
y pararte en medio
y gritar y mover los brazos,
y sacudirme la medula,
los huesos, el alma.
Y no te vas ,
y ocupas más espacio que todo
y todo lo amontonas,
lo haces a un lado,
lo enrollas, lo aprietas
en rincones olvidados,
y yo miro,
solo te miro, me gusta verte,
ya lo sabes.
Y dejo que aplastes,
avientes y pisotees recuerdos
para imponerme los tuyos.

Y aunque a veces me
pregunto: ¿Quién eres tú?
no hago nada, solo
me dejo llevar por ti
te beso cuando quieres que lo haga
y me aferro a tus piernas
como aferrándome a la vida
y a la muerte, si,
las dos al mismo tiempo.
Porque al hacerlo me siento vivo, tan vivo
que podría morir ahí fulminado
por consumirme toda la vida
en ese instante. Pero
qué importa que te fumes mi vida,
si cuando lo haces, es cuando vivo.